«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.
Amando de Miguel es catedrático emérito de Sociología en la Universidad Complutense (Madrid). Siguió estudios de postgrado en la Universidad de Columbia (New York). Ha sido profesor visitante en las Universidades de Texas (San Antonio) y de Florida (Gainesville). Ha sido investigador visitante en la Universidad de Yale (New Haven) y en El Colegio de México (DF). Ha publicado más de un centenar de libros y miles de artículos. El último libro publicado: Una Vox. Cartas botsuanas (Madrid: Homo Legens, 2020). Su último trabajo inédito: “La pasión autoritaria de los españoles contemporáneos”.

El archipiélago de los afectos

16 de julio de 2023

Esas grandes palabras, a las que proveemos de mayúsculas o que les asignamos la dignidad de los abstractos, se pueden reducir a finos sentimientos generalizados. En realidad, caben por el ojo de una aguja. Normalmente, son afectos o desafectos, aplicados a personas cercanas. No es fácil explicar tales movimientos del espíritu. Ni siquiera se puede asegurar la razón para clasificarlos en uno u otro polo. No basta con suponer que son opciones irracionales, espontáneas, intuitivas. Seguiremos preguntándonos los porqués de nuestras querencias o rechazos. Además, para mayor complicación, no suelen durar siempre. La condición humana es tornadiza.

El mundo afectivo se aplica al círculo doméstico o el cercano, aunque tal proximidad, tampoco asegura nada. Es más, en ocasiones, los reniegos entre parientes o afines pueden ser harto duraderos. Un enfado puede ser pasajero; pero, si se extiende en el tiempo, se transforma en rencor. El siguiente paso es el odio. Los anglófonos puede llegar a odiar nimiedades. Los hispanohablantes, cuando alcanzan la cima del odio, es para echarse a temblar. Se exige entonces la venganza, tan placentera.

En buena teoría, cabe idealizar un espíritu libre de los constreñimientos que imponen los afectos y desafectos por otras personas físicas o jurídicas. Esa es la famosa ataraxia de los sabios o los santos. No es asequible a la gente del común e, incluso, puede ser contraproducente. Ni siquiera un juez del sistema estadounidense (al que conocemos por tantas películas) puede llegar a dominar esa categoría de neutralidad afectiva.

En el mundo público o periodístico, uno debe ser coherente con la apreciación de lo que favorece o desagrada al sujeto. No siempre es fácil. Se podría llegar al prejuicio, algo que suele estar mal visto, aunque no se sabe por qué. Realmente, es interminable la lista de nuestras simpatías o repulsas sin justificación.

Resulta interesante especular sobre si las relaciones cordiales o de repulsa son recíprocas o, incluso, simétricas. Creo que no. Por lo menos, en un gran número de casos de amistades desgastadas, parejas rotas, conflictos domésticos que mal acaban, lo que sucede es la dificultad de averiguar quién tiene razón. En nuestras costumbres, se sigue la norma implícita de que, en la quiebra de una pareja, el varón es el «culpable». He aquí un típico prejuicio indemostrable.

 No se trata solo de intimidades. Los afectos y desafectos tejen continuamente el lienzo de la política, la actividad empresarial, la de todas las instituciones.

La quiebra de una relación afectiva (amistad, pareja, socios profesionales) puede ser traumática; pero también liberadora. «No hay forma de querer, no queriendo querer». La solución tradicional a los posibles conflictos (ceder o aguantar) lejos de solucionarlos puede enconarlos todavía más. Es una circunstancia muy corriente en los conflictos domésticos, cuyos participantes desean evadirse de las miradas exteriores.

Una situación embarazosa y muy corriente es la de mantener una intensa relación afectiva, desgastada por la inercia del qué dirán. Interviene aquí el sentido de culpa. No suele ser una virtud muy estimada por los españoles. En cambio, sí lo es la capacidad de disimular, de hacer ver una realidad plana por otra más favorable. Como son tantos los participantes del juego, el embeleso no se nota mucho. Se comprenderá que lo nuestro sea «el gran teatro del mundo».

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