La boxeadora cromosómicamente boxeador Imane Khelif ganó como todos sabemos, y como era previsible, la medalla de oro de boxeo en París, pero ganó algo más. Consiguió una victoria personal, una victoria para su país y otra victoria para el movimiento de lo woke no binario cuando el COI proclamó que no había forma científica de conocer el sexo, es decir, que no había forma alguna de conocerlo.
Los sexos están unidos en un continuo y hay puertas que comunican los dos mundos, pasadizos de género.
La puerta abierta no era, como pensábamos, que el hombre se hiciera mujer por la feminización y la emasculación. Al final la vía más segura era que el hombre se mantuviera hombre, que acumulara lo masculino en él, y que agarrado al cariotipo se internara en la femineidad subrepticiamente no por la vía de ser más mujer, sino de serlo siendo, a la vez, hombre, imponiendo al final una brutalidad y una superioridad masculinas.
Pensábamos que la puerta abierta entre sexos, el pórtico de la fluidez sexual eran los tacones, la lencería, el amaneramiento o la cirugía pero no: era dar hostias, dar hostias a otra mujer. Llegar a ser mujer contra la mujer-mujer (lo único de Aznar que ha quedado) por la vía del K.O.
El hombre se hace mujer ¡pegando a la mujer! El heteropatriarcado, gran bromista, toma esa forma y con gran ironía en la indefinición de sexos (no hay fronteras en nada) cuela una constante oculta: un XY pegando a una XX.
El boxeo femenino se garantiza una función cultural que es, a la vez, liberadora y condenatoria: los woke queer triunfan porque el hombre-mujer se establece como cosa difusa o continua, pero el feminismo, que es siempre, quiera o no, absurdo feminismo liberal, sale derrotado: la mujer es condenada. Triunfa la fluidez, pero la mujer es condenada porque el triunfo se representa con una práctica ritual y atávica en la que una mujer XY le pega una paliza tremenda a una mujer XX o, dicho de otras forma, un hombre le sigue pegando a la mujer. Cada combate es como una pintura rupestre, un duelo neandertal. El boxeo congregará por ello todas las miradas, y hasta cierto machismo inconmovible mirará interesado. En ese púgil marimacho se darán la mano lo queer y lo misógino en una repetida paliza a la mujer, que recibirá como de presidente argentino.
El boxeo femenino o ya claramente de marimachos: mari (fenotipo)-macho (cariotipo) se eleva como categoría destacada del deporte mientras se hunde el fútbol femenino, tan difícil de ver y que no le interesa a nadie. ¿Por qué? Son 22 mujeres dándole patadas a un balón, no debería ser tan distinto de 22 hombres dándole patadas a un balón, pero entonces… ¿qué sucede? Quizás ese sea el problema. En ello hay algo intrínsecamente horrible, espantoso, antinatural: el balón, cuando lo juega el hombre, es imagen simbólica del sol con el que juegan los humanos, pero cuando lo juega la mujer no es el sol, es otra cosa: esa esfericidad no puede el sol; el balón, lo redondo entre las piernas de una mujer nos remite a otra cosa: ¡una cabeza de niño saliendo! ¡Y ellas le dan patadas! ¡Juegan con su bebé! Por eso el fútbol femenino es atroz y no puede gustarle a nadie, por eso lo rechazamos instintivamente, porque remite a lo más horrible: 22 mujeres dándole patadas al cráneo del niño que sale de sus sexos. ¡Es el deporte del mundo abortero! Es la celebración del bebecidio.
Ante ese esperpento antinatural, ¿no tiene incluso más ‘realidad’ cultural y antropológica el boxeo femenino, en el que lo masculino, lo cromosómicamente masculino, lo irreductiblemente y hondamente masculino vence pugilísticamente a lo femenino?
Lo woke toma, ¡por primera vez! un camino hacia lo natural, hacia una constante de naturaleza. El sexo dividía el deporte en cosas de hombres y cosas de mujeres y ahora surge lo mixto, en esta disciplina se reúnen, se comunican casi esencialmente: lo femenino (masculinizado liberalmente… ¿por qué necesitamos y hemos de defender la existencia de boxeo de mujeres?) lucha contra lo marimacho, la impronta masculina dentro del envoltorio femenino. Es el combate para que venza el XY, donde el XY se juega el ser, y quizás ahora gane pero dentro de poco ya no…
El boxeo femenino adquiere una enorme trascendencia cultural y toda mujer (la boxeadora mujer-mujer) que se enfrente a la mujer-macho o marimacho será un poco un torero, como un torero ante el toro, por el riesgo que asumirá. Hay un riesgo muy grande de que lo XY, de un mal golpe en la cabeza, dañe fatalmente a la rival. Las boxeadoras mujeres-mujeres serán a partir de ahora las nuevas toreras y ese deporte se hará taurinamente real, algo en lo que estará en juego lo elemental: lo XY (la masculinidad pura), lo XX y la muerte como posibilidad real.
La mezcla de olimpismo woke (degeneración total del mundialismo liberal) ha creado, sin embargo, una disciplina nueva que se eleva trascendente, torerísticamente, sobre el deporte.
Las categorías olímpicas quedan así:
Por encima de todas: el boxeo femenino
Luego, el resto.
Por debajo del resto: el fútbol femenino.