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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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El caso Nadia Murad

1 de diciembre de 2021

Nadia Murad es una joven yazidí nacida en 1993 en el pueblo de Kocho (Irak). En agosto de 2014 la capturó el Estado Islámico en Irak y Siria (ISIS), que la sometió a esclavitud en Mosul. Los yihadistas mataron a 600 personas de la comunidad yazidí de su pueblo. A ella la violaron y la torturaron. Al cabo de algunas semanas, logró escapar y llegar al campamento de refugiados de Duhok, en el Kurdistán iraquí. Contó su terrible historia por primera vez en febrero de 2015. Ese mismo año, gracias a un programa del gobierno de Baden-Württemberg, se estableció en Alemania. Se ha dedicado desde entonces al activismo pro derechos humanos y, en particular, a favor de los yazidíes víctimas del ISIS. Entre otros muchos premios, ha ganado el Sajárov (2016), el Nobel de la Paz (2018) y atención a este dato, el premio Hilary Clinton (2018). Ha contado su terrible experiencia en un libro titulado “The Last Girl: My Story Of Captivity”, cuya publicación está anunciada para febrero de 2022. 

Sin embargo, nada de esto ha sido suficiente para librar a Murad del peso de la cultura “woke”, ni de la corrección política ni, más en general, de la censura progresista. 

Es el producto de muchas decisiones de cancelar lo que no gusta, lo que incomoda, lo que rompe, en fin, el relato progresista

En efecto, Murad había recibido la invitación de un club de lectura de Toronto para hablar de su libro a chicas de entre 13 y 18 años y en riesgo de exclusión social. La polémica estalló cuando el consejo escolar de Toronto retiró su apoyo al club al considerar que el testimonio de Murad podría fomentar la islamofobia y resultar ofensivo.

Es uno de los ejemplos más elocuentes de la confusión moral de Occidente. Ninguno de los talismanes progresistas que la oradora podía exhibir -recordemos el premio Hillary Clinton- fue suficiente para protegerla de la maldición “woke” y franquearle las puertas del club de lectura. Para dirigirse a los jóvenes sin ser “cancelado”, no basta contar algo que sea cierto. Es necesario que, además, sea conveniente (conveniente al progresismo, ya se entiende). 

No es sorprendente que, en China, se haya acuñado un término despectivo para describir a esos activistas sociales jóvenes hipersensibilizados, emotivistas y debilitados moralmente. Los llaman “baizuo”, que significa literalmente “izquierda blanca”. La ingenuidad y la debilidad de esos jóvenes no es casual, sino que se ha inducido desde el propio sistema educativo, los medios de comunicación y las leyes. Es el producto de muchas decisiones de cancelar lo que no gusta, lo que incomoda, lo que rompe, en fin, el relato progresista.

Por supuesto, nadie protestaría si el evento tratase sobre alguno de los tópicos recurrentes de la izquierda. Nadie hubiese dicho nada si el tema hubiere sido “Los crímenes del colonialismo” o algún otro asunto grato a la sensibilidad “woke”. Se puede hablar de violaciones de los derechos humanos siempre que sirva para terminar culpando a Occidente en cualquiera de sus símbolos. Ya saben: el hombre blanco, la Biblia, la Iglesia católica, la filosofía griega, el derecho romano, el imperio español, etc. Ahora bien, si alguien intenta contar lo que el ISIS hizo con los yazidíes, el evento se termina cancelando como ha pasado en Toronto.

Ojalá invitasen a Nadia Murad a España.

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