El partido socialista convergente endurece las políticas lingüísticas. Apreteu. Colboni despide a una trabajadora del Ayuntamiento por no hablar catalán. Y eso que la pobre tenía prohibido por contrato dirigirse a los clientes. Debía pensar en español, la sinvergüenza. A mí no me sorprende que la despidan. Hay camaradas y camaradas. Ella no es Messi. Pero me llama la atención lo de tener un servicio al que se le prohíbe hablar a los amos en pleno siglo veintiuno. Es como volver a la serie «arriba y abajo». Pero eso es Cataluña. Los Illa, Pujol y Colboni, arriba. Los García o los Domínguez, abajo.
El Gobierno de Illa pondrá a sus médicos a estudiar catalán durante el trabajo. Podrían dedicar ese tiempo a reducir las molestas listas de espera. Pero los Illa y los Pujol no las sufren. Son más de sanidad privada y colegio francés. La campaña, en un alarde de originalidad, se llama «prescribe el catalán». Cada vez está más claro que lo que necesita esa sociedad enferma es que le prescriban una lobotomía, un electro shock o algún tipo de medicación psiquiátrica. El último éxito en las redes es el tuit de un tarado catalufo que dice así: «Una abuela le dijo a su nieta: cásate con alguien que entienda tu lengua, o te pasarás la vida traduciendo tu alma. Una lengua no es sólo un medio de comunicación». Tropecientos mil retuits. La frasecita lo tiene todo. Es un invento enorme, por supuesto. Un invent, que se dice ahora, como el del taxista marroquí. Nada nuevo en una panda que se ha sacado de la manga toda su historia. Es cursi, como todo lo que acompaña al nacionalismo. Y lo cursi es el reverso de la crueldad y la violencia con la que se enfrentan a quienes no comparten sus delirios. Es falsa porque a la hora de la verdad les escuchamos elegir «a la que tenga las tetas más gordas» y porque la absurda tesis que defiende también lo es: poner un idioma por encima de cualquiera de los valores de tu pareja es propio de una tribu de retrasados. Quizá ese es el problema: las taras que genera la consanguinidad. Estos fenómenos, habituales entre los nacionalistas, sólo se explican así. Tanto hablar de ellos y nosotros, tanto separarse del resto, y deben estar cruzándose entre primos.
La camarera debería aprender de Bob Pop. Que dijo a las claras que no aprendería catalán hasta que lo monetice. Nacionalismo puro. A eso se han puesto en Asturias. A inventarse una lengua para monetizarla. Pero claro, Pop es activista gay y de izquierdas. Él puede. Demostró su catadura moral al declarar que los homosexuales se lo pasaban pirata en las cárceles cubanas. TV3 le escuchó y se ha puesto manos a la obra. Eso sí, con el dinero de todos los españoles. Le pagará un pastón público que, como decía Carmen Calvo, no es de nadie. Como a Broncano. Pop es la esencia del maketo, del charnego agradecido, del salvaje domesticado. Cuenta que iba mucho a Barcelona como quien dice que tiene muchos amigos gays y aclara que estuvo practicando un catalán pasivo: sólo escuchaba.