La primera regla sobre el Club de la Lucha es «nadie habla sobre el Club de la Lucha». Para dar la batalla cultural, la primera norma debería ser «nadie habla de la batalla cultural».
Porque si hablas quedas como un loco con gorrito de papel albal. Eso es así. Con una población en la que once millones de votantes avalan a partidos que los van a destruir, hay que hacer algo más eficaz. Si todo es fascismo, nada lo es. Una de las frases más usadas contra la izquierda en Twitter. Pues si todo es Occidente yéndose por el retrete, nada es Occidente yéndose por el retrete. Primero, porque ya se fue. Y segundo, porque la gente no tiene ganas de que le den el coñazo. Pocas cosas me parecen más legítimas que no querer turras. Y muchos supuestos pensadores de derechas lo que son es muy petardos.
La batalla cultural no se gana hablando de la batalla cultural. Se gana siendo práctico. La gente en general no sabe quiénes son Jacinto Benavente o Vicente Aleixandre, no sabe el año de la Revolución francesa o del inicio de la I Guerra Mundial ni cómo se llaman los ministros. ¿Le vamos a pedir que entienda conceptos casi filosóficos y que además se pelee por ellos? Imposible. La izquierda esto lo comprende mucho mejor que la derecha, y le simplifica el concepto a los suyos hablando simplemente de el relato. Mucho más cursi pero también más fácil de entender. Y el relato se gana haciendo que más personas crean lo que tú piensas que deben creer que lo que el otro piensa que deben creer. En el caso de la derecha, además, suele coincidir con la verdad. Es cierto que en la izquierda lo tienen más fácil con sociedades infectadas de socialismo, que diría Milei, y con sistemas de educación diseñados por ellos mismos para que casi nadie sepa casi nada. Da igual, lo que es verdadero suele acabar imponiéndose.
Por eso hay que explicarle a los ciudadanos lo más sencillo antes de ir a lo complicado. Y lo más sencillo es que la garrafa de aceite de oliva, en el que debería ser el mayor productor del mundo, cuesta 50 euros. Y que desear lo mejor para todos los seres humanos es precioso, pero en nuestras ciudades están entrando inmigrantes africanos por las ventanas en las casas y violando a mujeres. La semana pasada en Francia uno de ellos empaló a una chica que se debate entre la vida y la muerte. Al ritmo que vamos importando delincuencia, mucho tendremos que rezar para que no acabe pasando en nuestro país. Porque esperar que las autoridades lo prevengan es tener más fe que pedírselo directamente a Dios. Además, las cosas, a palos se acaban entendiendo.
Donald Trump, el líder más importante que hemos tenido los provida a nivel mundial desde Ronald Reagan, —son curiosos los renglones torcidos de Dios—, no ganó hablándole a la gente del aborto sino de la explotación que estaban sufriendo los trabajadores a manos de las élites. Y luego legisló como consideraba que debía legislar, haciendo del derecho a la vida uno de sus caballos de batalla junto a otros también importantes como la reindustralización o la lucha contra la inmigración ilegal. Pero para cambiar las cosas, antes hay que ganar. Y no se gana hablando del sexo de los ángeles.
En Europa, quien parece haber entendido perfectamente la necesidad de gobernar siendo útil ha sido Giorgia Meloni: parece la mayor fan de la OTAN cuando se necesita, pero le para los pies a los globalistas paralizando el barco de traficantes de esclavos de Open Arms. Parece que obedece a Bruselas cuando se compromete a aceptar a 500.000 inmigrantes, mientras lloran muchos de los que nos advierten a diario sentados en su sofá de la decadencia de Europa, sin saber que había heredado de su antecesor el marrón de tener que acoger a un millón. Esa exgorda amancebada, como la llamó algún feminista directivo de El Mundo, sabe lo que se hace.
Yo, que soy mucho menos lista que Meloni, siento que hago mucho más por la batalla cultural con una manicura y unas mechas perfectas que digan «sí, soy facha, pero mona», que escribiendo tuits sobre la muerte de nuestra civilización. María Pombo, con su familia perfecta a imitar por las veinteañeras españolas, hace más por la batalla cultural que Ayuso dando ayudas a la maternidad a menores de 30 años de las que prácticamente sólo se benefician inmigrantes. La batalla cultural se gana siendo más guapo, más interesante y más libre que los del otro bando. Señores luchadores, no nos aburran.