Se ha convertido en un tema de conversación si los españoles saben lo pobres que son, si han tomado, en definitiva, conciencia económica, que es menos subversiva que la conciencia política.
Viene al caso ahora que se nos anuncia «el fin de la abundancia». Junto al evidente destrozo institucional, que más bajo no se puede caer, en la economía, como dirían los ciclistas, se empina la carretera.
Para saber cómo de ricos somos, hasta qué punto nos ha rodeado la abundancia, convendría recordar una periodificación con la que Fernando del Pino dividía hace unos meses la economía española.
Desde 1949 a 1974 (España del franquismo), un extraordinario crecimiento del PIB per cápita del 6% anual. De 1975 a 1999 (la España de la peseta), el crecimiento del PIB per cápita fue del 2% anual. Y del 2000 al 2025 (España del euro), del 0’9%.
No sólo eso. En 1974, la deuda pública era del 6% del PIB; en 1999, del 61% y en 2025, del 105% del PIB.
Añadamos algo más: el salario real del español lleva estancado treinta años. O sea, el poder adquisitivo es el que había en los 90.
Uno puede vivir en la ilusión financiera, en el engaño de la modestia propia y circundante y no darse cuenta de que, como diría Kiko Veneno, «con el coste de la vida lo nuestro se está quedando en ná«.
Miremos al exterior. Al fin y al cabo, ¿no se hizo todo por homologarnos a Europa y luego converger en renta? El primero fue leit motiv en 1975, el segundo en 1999.
Comparando con la media de los países de la OCDE, en 1974 España alcanzó un pico de renta per cápita que sólo se supero fugazmente durante la burbuja del ladrillo. Luego decayó y 50 años después, estamos por debajo. No hemos alcanzado aquel nivel de renta. «50 años perdidos», escribió Fernando del Pino.
Y esto es lo que llaman «abundancia», aunque quizás se recuerde con nostalgia, porque ahora viene lo realmente grave. El Estado tendrá que afrontar tres realidades penosas: los intereses de la enorme deuda pública, el aumento del gasto militar exigido por la OTAN (que deberá crecer aunque no alcance el 5%) y la llegada a la jubilación de la gran generación de los boomers.
¿Cómo se va a pagar todo eso? No son sólo problemas económicos, son nuevas realidades, nuevas gravedades, cambios de mundo.
El gasto militar es una señal de otro marco geopolítico; la plétora búmer, el aquí estoy yo de un problema cultural y antropológico; y el mordisco de la deuda, el resultado de décadas de políticas irresponsables animadas por la euforia de posguerra, Dejar la deuda a unos hijos que no tendremos.
Todo cambia o tendrá que cambiar, y no se acaba la abundancia, sino la estupidez, la bromita, la falta de consecuencia y de responsabilidad, la puerilidad, la desfachatez, la frivolidad siniestra y los experimentos con pólvora de otro.
Hemos perdido 50 años y somos igual de ricos que hace treinta, es decir, que somos pobres.
Para remediar el ciclo 2025-2050, que pinta fatídico, algunas cosas son urgentes: asumir la tendencia histórica del medio siglo (que se niega), asumir el nuevo marco epocal (que no se asume) y realizar cambios profundos de insospechada energía psicopolítica (que ni se conciben).