El caso Pegasus ha ofrecido una excelente oportunidad a las sectas secesionistas catalanistas para exhibir su secular victimismo. El colectivo que se arremolina cada 11 de septiembre para celebrar una falsificación histórica que, en cualquier caso, supondría la conmemoración de una derrota, se ha rasgado las vestiduras al saber que los servicios secretos españoles investigaban los preparativos de un golpe de Estado anunciado a los cuatro vientos. Escenificado el escándalo a través de las mismas terminales mediáticas que publicitaban la puesta en marcha del mayor crimen político, los lazis se han cobrado una nueva cabeza: la de la directora del CNI, Paz Esteban.
Lo que pretenden los lazis no es otra cosa que trazar una nueva línea en los mapas políticos
Caída Esteban para mantener la testa de Margarita Robles, la tragicomedia tuvo un segundo acto en el Congreso de los Diputados (españoles). Allí, el doctor Sánchez, haciendo un hueco en el rodaje de la serie laudatoria de la que es protagonista, respondió con estas palabras a Míriam Nogueras, portavoz de Junts, es decir, del partido del prófugo Puigdemont:
«En todo caso, señoría, ustedes que vuelven a decir esto de que lo volverán a hacer y demás, que yo respeto lógicamente, porque usted sube a la tribuna, y puede verter las opiniones que quiera, claro que sí, estamos en una democracia, yo lo puedo no compartir, pero lo debo respetar. Porque somos demócratas y aquí se tienen que escuchar todas las opiniones, también las de aquellos que no nos gustan».
Escandalosas e inaceptables en cualquier otra nación que se tenga por tal, las manifestaciones del doctor han sido bien acogidas por los muchos y piadosamente demócratas oídos acostumbrados a escuchar lo inaudito: que un partido político anuncie su intención de dar un nuevo golpe de Estado y no ocurra nada que no sea una leve erosión demoscópica. Inaudito, pero cierto, pues lo que manifestó el Presidente es asumido acríticamente por muchos españoles ahítos de fundamentalismo democrático hasta el punto de estar miopes ante el hecho de que lo que pretenden los secesionistas es, precisamente, destruir el demos. Un demos que no tiene escala mundial, sino nacional. Con un pie puesto en la aldea, o en la comunidad autónoma, que tanto monta, los fundamentalistas democráticos españoles tratan de pisar con el otro un imaginario mundo de desdibujadas fronteras, sin caer en la cuenta de que lo que pretenden los lazis no es otra cosa que trazar una nueva línea en los mapas políticos.
Abucheado sistemáticamente en los desfiles de las Fuerzas Armadas encargadas de «garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional», Sánchez Pérez-Castejón prefirió tomar distancias con Huesca para arropar al esposo de Carmen Ibanco, investigada por las irregularidades en la contratación de trabajadores de la Fundación Fondo Andaluz de Formación y Empleo, corrupción tan arraigada en Andalucía como la golpista cultivada en Cataluña, ante la cual, don Pedro, que ya en su día dio el pésame a EHBildu por la muerte de un etarra, exhibe un exquisito respeto.