No me refiero al grupo musical ucraniano al que le hemos concedido con toda justicia la primacía de las canciones en el festival de Eurovisión. El verdadero espectáculo, de una dimensión histórica, es la resistencia de las milicias ucranianas frente al poderoso ejército ruso. Los países de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), una prolongación del Ejército de los Estados Unidos de América, no envían tropas a Ucrania, pero sí armamento y dinero.
En el himno nacional de Ucrania figura este verso impresionante: «Con la bala no destruirás el alma». Abro paréntesis, qué suerte tienen los ucranianos al disponer de un himno con letra. Los españoles no tenemos nada de eso. Ni siquiera la melodía de nuestra “marcha real” se escucha, reverencialmente, en las escuelas. Solo, de forma excepcional, figura en los desfiles militares y en los actos de un solo partido (Vox). Nadie se lamenta de tal anomalía. Cierro paréntesis.
El verdadero drama alcanza dimensiones “globales”, si es que se acepta la intuición de que nos encontramos en el preludio de la III Guerra Mundial
La verdad es que resulta difícil explicar la resistencia de Ucrania frente a la invasión rusa. A no ser que interpretemos este episodio regional como los prolegómenos de la III Guerra Mundial. En efecto, la II Guerra Mundial no concluyó del todo. La prueba es que, a partir de 1945, empezó la dilatada «Guerra Fría», en cuyos amenes nos encontramos. El episodio de la invasión de Ucrania por los rusos la está haciendo «caliente». No olvidemos que la palabra Ucrania quiere decir frontera, en el sentido tradicional de la lengua castellana como “territorio de nadie” o en disputa entre dos contendientes. Por ese lado, la guerra de Ucrania representa el choque de los dos bloques de la «Guerra Fría»: Rusia y Estados Unidos de América.
Es claro que Rusia ha hecho revivir el viejo ánimo imperialista de la Unión Soviética, que se remonta a la época de los zares absolutistas. Significa convertir en satélites o vasallos los territorios de la Europa del Este, el sueño que se hizo realidad en la Conferencia de Yalta (1945). Churchill y Roosevelt no tuvieron más remedio que ceder a las pretensiones expansionistas de Stalin. Era el precio que había que pagar para que los soviéticos hicieran el definitivo esfuerzo para colaborar con la aniquilación de los nazis. La Rusia actual alega sus razones defensivas al sentirse rodeada por las bases o las alianzas de la OTAN, que es más o menos lo que indica su acrónimo. Por ejemplo, Turquía o los países bálticos no son precisamente «Atlántico Norte”.
Proliferan gestos típicos de la preparación de un conflicto bélico, como la expulsión del personal diplomático de las embajadas de uno u otro bloque
Nos encontramos pues ante la continuación de la II Guerra Mundial y la “Guerra Fría” aunque de manera simbólica. Así, como esos costosos episodios fueron la prolongación de la I Guerra Mundial, mal terminada, una impresión similar produce el clima bélico actual. Desde luego, la invasión de Ucrania no es un incidente local y efímero como pudo parecer al principio. Hay que reconocer el valor y la inteligencia de los ucranianos al percatarse de que el conflicto iba a suponer una dimensión planetaria. La resistencia frente a los rusos (otrora soviéticos) ha logrado mantener en vilo a la población de Occidente. Eso es lo que explica el pequeño espectáculo del festival de Eurovisión.
El verdadero drama alcanza dimensiones “globales” si es que se acepta la intuición de que nos encontramos en el preludio de la III Guerra Mundial. Al menos los datos económicos son reveladores. En el mundo occidental hay inflación desatada, se estanca el comercio internacional, aumenta el paro y se observa un auge de la industria de armamentos. Proliferan gestos típicos de la preparación de un conflicto bélico como la expulsión del personal diplomático de las embajadas de uno u otro bloque. Si todo eso no es el “ensayo con todo” de la III Guerra Mundial, venga Dios y lo vea.