«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.
Rafael L. Bardají (Badajoz, 1959) es especialista en política internacional, seguridad y defensa. Asesor de tres ministros de Defensa y la OTAN, en la actualidad es director de la consultora World Wide Strategy.

El espejismo de la OTAN

19 de mayo de 2022

Es comprensible que los eternos neutrales suecos y los incomprendidos finlandeses, tachados siempre de finlandizados, quieran ahora ingresar en la Alianza Atlántica. Y cuanto más rápido, mejor. Las recientes amenazas por parte de la Rusia de Putin, en el contexto de la guerra en Ucrania, les ha llevado aceleradamente a pensar que estarán más seguros dentro de la OTAN que fuera, al amparo de la seguridad colectiva a la están comprometidos los aliados.

En mi humilde opinión, el giro estratégico que están comenzando tiene poco sentido. Por mucho que se quejen, los lideres rusos consideraban ya a ambos países fuera de su esfera de influencia y parte de la Alianza en toda su planificación militar. Por otro lado, en Ucrania se han visto dos límites claros: el primero lo poco y mal que puede lograr el ejército convencional ruso; el segundo, que la OTAN siempre opta por un apoyo indirecto: armas, sí, luchar, no. Y que Ucrania no sea miembro formal de la Alianza es irrelevante. El actual conflicto no sólo se ha planteado como una inaceptable agresión sobre un estado soberano, sino como un conflicto entre el orden y la jungla, entre el respeto al ordenamiento internacional y la ley del más fuerte.

Si la OTAN hubiera sido el invasor de Ucrania y Zelenski hubiese contado con el apoyo militar ruso, con toda seguridad ya nos habríamos rendido

Ahora que todos se mofan de la incapacidad del Ejército ruso para lograr los objetivos marcados por Putin, convendría recordar que las fuerzas de la OTAN a duras penas alcanzaron un acuerdo con Milosevic sobre Kosovo después de 78 largos días de intensos bombardeos aéreos; o que salieron por piernas de Afganistán el verano pasado, una vez que el presidente Biden decidiera entregar ese país a los talibán. Y allí donde los aliados pudieron declarar victoriosos, como en Libia, el resultado fue un escenario mucho peor que antes de la intervención. O sea, quizá nuestras Fuerzas Armadas puedan presumir de mejores sistemas de armas o mayor mortal de combate, pero en cuanto a lograr objetivos estratégicos positivos, el balance es más que dudoso. Es más, en un ejercicio de ciencia ficción, me atrevería a decir que si la OTAN hubiera sido el invasor de Ucrania y Zelenski hubiese contado con el apoyo militar ruso, con toda seguridad ya nos habríamos rendido.

Pero hay algo más. Todo el mundo se congratula de que los aliados han vuelto a comprometerse a alcanzar ese mítico 2 por ciento de gasto en Defensa; que la agresión rusa ha vuelto a poner sobre el tapete que la guerra en Europa es una realidad. Incluso que el uso de armas nucleares es imaginable. Pero yo, como español, me pregunto: ¿en qué va a beneficiar todo eso a la defensa de España? Lo nuestro nunca ha sido el llamado Frente Central, esto es, la defensa de Alemania y ahora de los demás países centroeuropeos frente a una agresión, en su día de la URSS, hoy de Rusia.

Hemos gastado miles de millones en operaciones en el exterior, pero no nos hemos dotado de los mejores sistemas para proteger nuestros intereses frente al Norte de África

El poco pensamiento estratégico español siempre ha mirado hacia el Sur, eso que, desde nuestra entrada en la OTAN, parcial con Felipe, total con Aznar, se ha llamado «la amenaza específica nacional». Específica, porque como se vio con Perejil, a ningún aliado le interesó el conflicto con Marruecos. Lo nuestro nunca fue cubrir las necesidades de la defensa del Fulda Gap frente a los submarinos rusos, sino garantizar el control estratégico del eje Baleares-Estrecho-Canarias. Por desgracia para nuestros intereses de seguridad nacional, la OTAN ha sido un completo espejismo: hemos gastado miles de millones en operaciones en el exterior por solidaridad, pero no nos hemos dotado de los mejores sistemas para defendernos y proteger nuestros intereses frente al Norte de África. Otra cosa es que a nuestros militares le haya venido bien acceder a cientos de puestos de mando aliados y en despliegues donde la paga es muy superior a un destino en España. ¿Va a favorecer ese 2 por ciento que nos dotemos de lo que hay que tener para prevalecer en un conflicto con el Sur o seguiremos gastando en lo que luce bien en y para la OTAN?

La desgraciada verdad es que el enemigo lo tenemos dentro, en casa. Y eso lleva a que quienes tendrían que pensar con realismo y visión de futuro en nuestra defensa, acepten lo políticamente correcto y se conformen con mejorar la defensa de la Alianza. Nos contarán que así también se refuerza la nuestra. Pero no es verdad. Con su dejadez estarán logrando que la crisis geoestratégica sea para España más dañina que la económica, la sanitaria y, desde luego, que la climática. 

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