Cálculo de probabilidades, estadísticas, Big Data, previsiones, gráficos, curvas que se doblegan (o que alcanzan su pico, por asombroso que eso sea en líneas que, por definición, no los tienen), algoritmos… Paparruchas.
Los políticos y los economistas son como Nostradamus: les encanta predecir, vaticinar, codificar el futuro y clavarlo como una mariposa disecada en las casillas de sus planes, de sus deseos, de sus disposiciones, de su afán de control, de poder y de parné.
Un poquito de humildad, señores. No sean tan pretenciosos. No se inventen el futuro. Recuperen el sentido común. Recuerden el cuento de la lechera
Me pasma que legislen o decidan sobre cosas que aún no han sucedido y que, posiblemente, nunca sucederán. En el 2030, por ejemplo, entrarán en vigor tales y tales leyes, los cupos de inmigración serán así o asao, el diámetro de los agujeros de ozono habrá crecido un veintidós por ciento con siete décimas, el PIB de la zona euro aumentará o disminuirá en proporción inversa a las tasas de fertilidad, las cifras de los enfermos de cáncer o de diabetes superará en catorce dígitos a las actuales, el sistema democrático sólo sobrevivirá en los países contiguos al paralelo veintinueve, las cloacas de Londres darán cobijo a novecientos doce mil millones de ratas mutantes, los nietos de los ganadores de los Grammy de este año se fumarán su primer porro, el nivel del mar de los Sargazos subirá siete centímetros y medio, la décimo nona oleada de coronavirus se cobrará setecientas doce mil catorce víctimas, y cosas así.
¡Pero qué coño, con perdón, dicen! Un poquito de humildad, señores. No sean tan pretenciosos. No se inventen el futuro. Recuperen el sentido común. Recuerden el cuento de la lechera. No pongan las vendas antes de las heridas de las balas que nadie, aún, ha disparado. Carpe diem. Hic et nunc. Hoy semos, decían en Murcia los lugareños, y mañana, estatuas. Dentro de cien años, todos calvos, incluso Boris Johnson. Decía uno de los rubaiyatas supuestamente traducidos por Rubén Darío, que de farsi estaba pez: «Hay dos días por los cuales mi corazón jamás ha languidecido… Ése que ya pasó, ése que no ha llegado todavía».
En la historia del hombre, la del planeta e inclusive la del cosmos puede y suele irrumpir lo que en el título de esta columna he llamado «el factor imprevisible»
Los políticos, mayormente, porque en ese papel de oráculos en el vacío son los que suelen llegar más lejos, se han creído la estupidez, escrita por Santayana, de que los pueblos que se olvidan de su historia están condenados a repetirla. Pues miren ustedes: según, según… A veces sí, a veces no (lo malo es que en España y en Iberoamérica sí. El Frente Popular, los dictadores, el peronismo… ¡Uf!). Pero no es una ley matemática, como tampoco lo es la frase pareja de Marx concerniente a la historia como tragedia y farsa sucesivas.
Escribo todo esto el mismo día en que los venezolanos votarán o se abstendrán en la farsa y tragedia de las elecciones montadas por su déspota. Mañana, cuando mi columna aparezca, ya se sabrá, o no, el resultado de la consulta. Yo, obviamente, no lo sé, pero sí parece saberlo todo el mundo, menos yo, ya dije, que no descarto la posibilidad de que las cosas no vayan como tantos aseguran que van a ir. Ya veremos, señores, ya veremos. Peor, desde luego, no irán. Y si me columpio, me columpié.
Todos dicen que tenemos gobierno social comunista para rato […] por lo menos hasta dentro de siete años, pero yo, que soy un ingenuo, me resisto a creerlo
De igual modo, tras la aprobación en el parlamento leninista, chavista y castrista de mi país, todos dicen que tenemos gobierno social comunista para rato y que sus gerifaltes y tiranos banderas (tricolores, esteladas, ikurriñas y medias lunas) calculan que seguirán en posesión de sus bicocas por lo menos hasta dentro de siete años, pero yo, que soy un ingenuo, me resisto a creer, viendo lo que estamos viendo, que semejante castillo de mentiras, delitos, delirios e insensateces no sea de papel y pueda venirse abajo cuando el hambre, la miseria y la cólera popular inunden las calles. Ya veremos, señores, ya veremos.
En la historia del hombre, la del planeta e inclusive la del cosmos puede y suele irrumpir lo que en el título de esta columna he llamado «el factor imprevisible». Pondré sólo dos ejemplos, aunque haya muchos. ¿Quién iba a pensar, en tan lejano día, que los grandes saurios, con su inmenso vigor a cuestas, dejarían de dominar la tierra a causa del impacto colosal de un meteorito de gran tamaño o de un virus capaz de reducir a añicos su no menos colosal musculatura? Ambas hipótesis se manejan. Y tanto si se produjeron como si no, lo cierto es que no quedó sobre la faz de la tierra un bendito dinosaurio que llevarnos a la cachiporra.
Sí, sí, ya sé que cuando todo eso sucedió aún no había surgido en la evolución biológica el depredador humano. Pero el ejemplo vale.
Casi está de más mencionar el segundo ejemplo. Es el de la pandemia. Hace alrededor de ocho meses nadie contaba con ella, todos —Trump, Macron, la Merkel, los gilís de la Unión Europea y, por supuesto, Sánchez— se las prometían muy felices, y ya ven: los muebles patas arriba, los felpudos llenos de barro, las casas por barrer y el fuego por encender.
El factor imprevisible. Ya verán cómo llega. Confiemos en él. Otro asidero no hay. Ni la Virgen María ni san José pensaban que una estrella iba a guiar hasta el pesebre a tres Reyes Magos portadores de oro, incienso y mirra que los sacaran de pobres. Ya dije que soy un ingenuo, pero insisto… Ya veremos, señores, ya veremos. Decía un poeta: esperando el porvenir, sentadito en la escalera, pero el porvenir no llega…
Y al día siguiente le tocó el Gordo.