«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)
María Zaldívar es periodista y licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Argentina. Autora del libro 'Peronismo demoliciones: sociedad de responsabilidad ilimitada' (Edivern, 2014)

El futuro argentino

25 de enero de 2025

Dejar atrás el calvario de la inflación galopante llegó a los argentinos de la mano del presidente Javier Milei. Hasta entonces, el mercado pendulaba entre escasez y precios que variaban a diario, medidas gubernamentales que restringían el acceso a determinados productos para evitar la foto de las góndolas vacías y una población que intentaba defenderse del aumento de precios comprando «por las dudas» más de lo que necesitaba pero calculando que más adelante las cosas iban a encarecerse, proceso inflacionario mediante. Para los sectores menos favorecidos, hacer un pequeño stock de bienes de su consumo habitual era el único resguardo frente al tsunami de la suba masiva de precios. 

Ahora ha vuelto la cordura y lo que se cobra un día por algún producto no varía a las 24 horas. Sin embargo, si bien los índices de inflación cayeron de manera vertiginosa, también el poder adquisitivo del salario medio. 

Así como el kirchnerismo solía decir respecto de las supuestas bondades de sus políticas, «No fue magia», ahora cabe agregar «No fue gratis». El freno del proceso inflacionario responde a un conjunto de medidas de achicamiento del gasto público y un decidido equilibrio fiscal sumados a un enorme esfuerzo cuyo epicentro fueron las clases medias. Los detractores de la actual administración hicieron apocalípticos anuncios sobre la suerte que correrían los más humildes; sin embargo, la ayuda social no se suspendió; por el contrario, se incrementó al haber sacado los intermediarios y desalojado a aquellos agentes políticos que lucraban con la pobreza. Los enormes montos de dinero que el estado argentino dispone para contener a pobres e indigentes, hoy llega directamente a ese 50% de pobres y marginados que no alcanza a satisfacer las necesidades básicas de alimentación. Una prueba concreta de ello es que no hubo más manifestaciones y aquellos llamados «piquetes» callejeros por parte de las organizaciones sociales, que durante la gestión anterior se multiplicaban a ritmo del deterioro económico del país. 

Ahora bien; atendidas las urgencias de un sector, las clases acomodadas también tienen posibilidades materiales de mantener su nivel de vida porque no dependen de un ingreso mensual rígido. El problema recayó sobre la franja del medio. Hay que reconocer que el ministro de Economía, Luis Caputo, lo adelantó: «La gente va a tener que vender los dólares para pagar impuestos y el peso va a ser moneda fuerte».

Y así hicieron los que habían tenido la dicha de atesorar dólares, porque la administración Milei sorprendió con un giro de 180 grados; la política monetaria se concentró en apreciar el peso argentino, sobre el que, en un principio, pesaba sentencia de muerte inmediata. Ese cambio de rumbo respecto de lo anunciado más el combo de medidas técnicas, aumentó el valor de la moneda nacional y desplomó el del dólar, que fuera invariablemente la reserva de valor. Pero ocurre que en la Argentina de las últimas décadas, el ahorro dejó de ser una posibilidad para ese nutrido grupo de profesionales cuya ambición de progreso y superación eran el motor de su esfuerzo; ellos y los productores agropecuarios fueron los brazos constructores de un sistema que, a pesar de los políticos, le dio vida a una Argentina de oportunidades. Durante mucho tiempo Argentina fue un país orgulloso de su robusta clase media que lo diferenciaba del resto de Iberoamérica, poseedora de sociedades con enormes desigualdades económicas y un extenso bache entre pobres y ricos. Argentina, por el contrario, era un país de nativos e inmigrantes que progresaban hasta que políticas clientelistas rompieron ese circuito virtuoso de prosperidad. Hoy, la clase media no tiene dólares con los cuales hacer frente a impuestos y gastos porque vive al día; eso, independientemente de lo extraño que luce un liberal aconsejando dilapidar ahorros en gasto corriente.

Es cierto que las tarifas de los servicios públicos que el kirchnerismo mantuvo a precio vil eran insostenibles pero hoy son parte de los gastos que se multiplicaron en las casas y que modificaron las composición del gasto mensual: la inflación no erosiona más el ingreso pero los gastos fijos, que antes eran una parte ínfima del ingreso familiar, en la actualidad suponen entre el 15 y el 25% de ese monto, lo que impide sentir, en el bolsillo, una mejora de la calidad de vida porque el sueldo que cobra un asalariado no es flexible. Entonces, ese grupo amplio de trabajadores que vive del producido mensual, tiene inconvenientes para llegar a fin de mes. Aunque el proceso económico sea sano a nivel nacional, en lo personal se les deterioró su realidad: han tenido que cambiar a sus hijos de colegio por opciones más económicas, reducir gastos corrientes en alimentos y esparcimiento o abandonar los servicios de medicina prepaga, lo que incrementó la demanda en los hospitales públicos. 

El proceso de poner las cosas en su lugar después de décadas de distorsiones es tan complejo como inevitable. El desquicio anterior era insostenible y la población lo entendió, al punto de retirarle el apoyo al peronismo kirchnerista. La recomposición de la cordura económica lleva apenas más de un año por lo cual, las promesas del Gobierno de aliviar la carga tributaria a una población exhausta llega a cuenta gotas. Esta semana se anunció una baja por seis meses de los pesadísimos impuestos que carga el sector agropecuario. En la Argentina del corto plazo eso significa que hoy podrán mejorar el precio de la cosecha y beneficiar al Estado con el ingreso de dólares, pero en seis meses y un día solo se vislumbra un signo de interrogación. 

Los jubilados es el otro universo maltratado por el ajuste. Sus ingresos perdieron casi el 50% de poder adquisitivo y se trata de una población a la que es difícil pedirle «tiempo». El kirchnerismo ingresó al sistema previsional tres millones de personas sin aportes, una salvajada populista imposible de sostener económicamente. El esfuerzo recae sobre quienes aportaron para una buena jubilación, a los que  se les ha puesto un tope y no reciben lo suyo para tapar aquel agujero. Esa recomposición también está pendiente.

La actual administración fue muy clara en cuanto al objetivo del déficit cero, pero no ha dado más precisiones, lo que lleva a algunos a sostener que carece de un plan económico global. Sin embargo, es más probable que lo tenga pero que no lo exponga. «El líder tiene que decirle al público la verdad», recomienda Rudolph Giuliani. Mucho antes, Maquiavelo concluyó que las crisis democráticas tienen dos orígenes: el sectarismo extremo y las desigualdades extremas. «Las demandas de los fanáticos empujan a dividir a la gente en dos bandos enemigos. Quienes creen que así se puede unir la República», dice Maquiavelo, «están muy engañados». Es, por el contrario, un camino que tiene muy poco que ver con la libertad.

Obtenidos sustanciales progresos económicos, el presidente Milei no debería dilatar más la explicación de lo que va a hacer y no sólo en términos coyunturales. La promesa del cambio y el marketing los hizo llegar hasta acá. Bien por ellos y por los millones de argentinos que tuvimos claro qué cosa no queríamos más. Es hora de otras lecturas y otras prácticas porque, como sentencia El Príncipe «el unilateralismo egocéntrico es una forma muy poco realista de adquirir seguridad. Las victorias nunca están aseguradas sin un grado de respeto».

Medio país festeja el retroceso del kirchnerismo cuya pérdida de poder aleja sus posibilidades de volver. La otra mitad está fragmentada y desorientada, pero es la mitad del país y quien conduce el barco no puede seguir alentando esa dispersión para su particular beneficio. Por ahora, la grieta está intacta, se fidelizan votos para los dos espacios antagónicos y no dejando lugar a los grises. El sistema político argentino cruje porque tiene memoria emotiva de los efectos adversos para la sociedad de la figura de partido dominante (no lo digo yo, lo explica magistralmente Giovanni Sartori). Ojalá que la salud económica en marcha venga acompañada de una salud institucional porque la Argentina la necesita y mucho.

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