En una reciente rueda de prensa hemos podido ver a Iván Espinosa de los Monteros contestando a un periodista japonés que le preguntaba en inglés. Espinosa, con mucha tranquilidad, le respondió «thank you», que hasta ahí podríamos llegar todos, y luego una contestación usando alternativamente el inglés y el español. Pero qué inglés. Qué acento, qué fluidez, qué entonación y chiclosa musicalidad… Espinosa se traducía a sí mismo y se notaba que hablaba bien porque el Espinosa en inglés y el Espinosa en español hablaban con voces distintas. Era como un primo de Oregón o como un ventrílocuo haciendo dos personajes.
Inmediatas fueron las reacciones en las redes (en las teles no). Reconocidos peperos y liberales a ultranza, que se lo piensan mucho con Vox, se quitaban el sombrero: «Qué bien», «qué nivel», «así sí», «si todos en Vox fueran como él»… incluso se elogiaba su sensatez. Espinosa estaba diciendo lo que ya conocemos, pero de repente era «sensato», «equilibrado», «razonable»… ¡y hasta «científico!».
Vox siempre ha dicho lo mismo, pero si lo dice en inglés les suena distinto. Dicha en un inglés tan bueno la gente está dispuesta a aceptar cualquier cosa. Si Espinosa saliese con esa pronunciación prometiendo la conquista de Gibraltar, a la mayoría de españoles les parecería como mínimo estimable. Les da igual la batalla cultural, la historia o los valores. Ya puede Vox montar las Termópilas culturales que con un minuto de Espinosa speaking irá más lejos.
Si Ortega Smith, por poner un ejemplo, dijera algo, y eso mismo lo dijera Espinosa en inglés, sonaría distinto. Vox en español les despierta esa reacción automática de «yo no soy de extremos»; Vox en inglés (tiene que ser el inglés de Espinosa) se les antoja «sensato» y «de chapó». ¡Diciendo lo mismo!
Lo que más le gusta a un español es un orador fluido, caudaloso e incesante, pero aún más alguien hablando bien inglés. No nuestro inglés ibérico condenatorio, ese inglés que no podemos sacarnos de encima nunca, esa lacra fonológica de nuestra pronunciación. El inglés de Espinosa lo envidiamos porque ofrece una liberación de todo eso, de nosotros mismos, un salirse-de. Escucharlo era como ver a alguien volar, como ver zambullirse a un delfín, como ver bailar a Fred Astaire, esa sensación de ligereza e ingravidez que da liberarse del acento. Era imposible no sentir admiración, envidia, incluso un cierto orgullo patriótico. ¿No es el sueño de cualquier padre que un hijo hable así? ¿No estamos hartos, todos, de encogernos cuando vamos al extranjero y toca articular palabra?
Casi todo lo que tiene Vox en contra es, realmente, no nos engañemos, un prejuicio; un prejuicio franquista y carca, por un lado; un prejuicio anti-ilustrado, por el centro; y por la derecha, el lado comodón-pepero, un prejuicio de tipo gerencial. Los gestores de camisa en tonos pastel son los del PP, pero contra ese inglés no tienen defensa. Eso les desarma, caen seducidos por completo.
La moderación y el consenso el español los lleva metidos en el alma, pero más profundo que eso, más hondamente, tiene el complejo admirativo del idioma inglés.
El american english de Espinosa lo desactiva todo: es actual, cosmopolita, gerencial, dialogante (se dialoga en inglés) y abierto porque ¿alguien puede ser muy ‘facha’ hablando así? Un americano puede tirar una bomba atómica pero sigue siendo americano.
Evidentemente, ese nivel no se alcanza poniendo los subtítulos en Netflix, y surgirán la envidia y el rencor social automáticamente personificados en Pablo Iglesias, dueño de un inglés Big Muzzy Level 1, pero hasta el izquierdista más iracundo albergará en su interior una admiración sincera por Espinosa. Lo del inglés, como lo hemos sufrido todos, está por encima de las ideologías.
Vox tendría que dar mítines bilingües, con Espinosa traduciendo a los corresponsales. «We don’t challenge that, what we do challenge is…». Difundirlo por megafonía. Coches con altavoces recorriendo las ciudades con discursos de Espinosa en inglés. Traducirse.