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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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El latín en el Congreso

1 de noviembre de 2022

Sucedió el jueves pasado en la Comisión Mixta de Control Parlamentario de la Corporación RTVE y sus Sociedades. Acababan de tomar la palabra dos senadores nacionalistas —los Sres. Uribe-Etxebarria Apalategui (PNV) y Martínez Urionabarrenetxea (Geroa Bai)— que se habían dirigido al presidente en euskera. Es sabido que tanto el PNV como Geroa Bai y otras formaciones nacionalistas no dejen pasar ninguna oportunidad de utilizar las lenguas como armas arrojadizas. No entraré ahora en la discusión de la españolidad del euskera, el catalán o el gallego. Baste señalar que estos diputados no las utilizan como instrumentos para el entendimiento, sino como muros de separación entre españoles. 

La sesión prometía ser aburrida. Señalada para las 16:00 y con intervenciones leídas, aquello presagiaba los plúmbeos discursos de Pedro Solbes, pero las musas habían dispuesto que aquella tarde, en la Carrera de San Jerónimo, irrumpiesen las legiones de Roma con sus trompetas, sus águilas y sus estandartes.

Un Congreso en el que cada uno hace lo que quiere, se convierte en una asamblea vociferante, antesala de todas las tiranías

En efecto, después de que los nacionalistas hubiesen hablado en vascuence, el Sr. Sánchez del Real, diputado de VOX por Badajoz, tomó la palabra y se dirigió a la presidencia en latín para dar por reproducida la pregunta. La frase fue breve, pero elocuente. Convengamos en que la prosodia —y, tal vez, la gramática—no resultaron muy canónicas, pero no debería sorprendernos que el Sr. Sánchez del Real hubiese escogido para la ocasión, de forma deliberada, el latín de los legionarios, los veteranos de guerra y los viajeros. De todas formas, después lo tradujo y explicó su elección: “como vengo de Emerita Augusta y aquí cada uno habla lo que le da la gana…”.

La verdad es que, puesto a elegir, el Sr. Sánchez del Real optó por una lengua deslumbrante y muy apropiada para el ámbito parlamentario. En esta lengua, la que empleó Cicerón para acusar a Catilina, que vulneró todas las leyes de Roma, deberían dirigirse todos los diputados a Pedro Sánchez. El latín que sirvió para deponer tiranos, desenmascarar traidores y afirmar las leyes es una lengua adecuada para enfrentarse a un presidente que tuerce el derecho y ha entregado España a sus enemigos.

Además, a fin de cuentas, del latín venimos todos. Mal que les pese a los nacionalistas vascos, en las Glosas Emilianenses, que se remontan a finales del siglo X o comienzos del XI, dan sus primeros pasos el castellano y el vascuence. El mismo monje que tradujo del latín al romance hizo lo propio del latín al euskera. Decía Dámaso Alonso en un ensayo memorable, después de comparar las glosas con los primeros textos del francés y el italiano, que “el primer vagido del español es extraordinario, entre los de sus hermanas. No se dirige a la tierra: con Dios habla, y no con los hombres”. No hay, por cierto, mayor traición a España que el laicismo rampante que pretende imponer este Gobierno.

Se empieza arrinconando a las humanidades clásicas y se termina aplaudiendo estados de alarma inconstitucionales

Así, quizás sin saberlo, el Sr. Sánchez del Real, eligió el idioma más preciso para esta hora de España, no el bellísimo vascuence que los nacionalistas, ¡ay!, han secuestrado, sino la lengua madre de todos: el latín de Escipión el Africano, de Catón de Útica, de Adriano, Trajano y Teodosio, de Quintiliano y Marcial, de San Isidoro de Sevilla y del III Concilio de Toledo. El problema no es que los nacionalistas hablen euskera, sino que cada uno hable en el Congreso, como dijo el Sr. Sánchez del Real, lo que le dé la gana porque, como nos enseña la historia de Roma, cuando las instituciones se corrompen, el orden se desmorona y todo es naufragio. Un Congreso en el que cada uno hace lo que quiere, se convierte en una asamblea vociferante, antesala de todas las tiranías.

Tal vez el problema radique en que, abandonadas las humanidades, nociones como la de “tiranía” empiezan a resultar ajenas a pesar de su triste vigencia. Se empieza arrinconando a las humanidades clásicas y se termina aplaudiendo estados de alarma inconstitucionales, concediendo indultos injustos y perdonando a los sediciosos.

Roma, a cuya sombra seguimos viviendo todos, sigue teniendo cosas que enseñarnos. 

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