Nos encontramos ante una de esas falsas dicotomĆas, que pueblan la polĆtica internacional, la que ahora se hace llamar Ā«globalĀ». Es el triunfo del eufemismo diplomĆ”tico, al distinguir Ā«los paĆses desarrolladosĀ» del resto Ā«en vĆas de desarrolloĀ». La distinción podrĆa ser mĆ”s clara si los marbetes fueran Ā«ricosĀ» y Ā«pobresĀ»; mas algunos podrĆan ofenderse. Al final, todas las etiquetas pueden resultar ofensivas.
La realidad es mĆ”s compleja. HabrĆ” que manejar una amplia escala temporal, pues la riqueza o la pobreza de algunos paĆses necesita varias generaciones para decantarse. Hace un siglo, ciertos paĆses, como LĆbano, Argentina o Cuba, gozaban de una cómoda situación económica y cultural. Desde luego, superaban a la EspaƱa de entonces en muchos aspectos de lo que llamamos Ā«desarrolloĀ» o Ā«bienestarĀ». Hoy, han cambiado las tornas. Esas tres naciones no estĆ”n Ā«en vĆas de desarrolloĀ», sino de decadencia o miseria.
La tendencia opuesta corresponde, por ejemplo, a Irlanda, PaĆses BĆ”lticos y algunos asiĆ”ticos, como Corea del Norte, Malasia o Vietnam. Hace un siglo, su estatuto era de colonias explotadas y, en la actualidad, son paĆses industrializados.
El caso mÔs llamativo es el de Irlanda, que actualmente se encuentra a la cabeza de Europa por el valor de su producción por habitante. Hace un siglo, recién conseguida su independencia, era una de las naciones europeas mÔs desasistidas.
Tanto hoy como hace un siglo, el conjunto de naciones africanas y latinoamericanas pertenece al bloque de las economĆas lĆ”nguidas o dependientes; en una palabra, pobres.
Tengo dudas respecto al conjunto de los paĆses Ć”rabes o islĆ”micos. Algunos de ellos gozan de un alto nivel de vida, solo que con extremas desigualdades. En cuyo caso, no se les debe atribuir un alto nivel de bienestar general.
El secreto del desarrollo de unas pocas naciones reside en la generalizada Ć©tica del esfuerzo de sus habitantes, seguramente potenciado por un buen sistema educativo. El cual es muy difĆcil de ser copiado. A la inversa, algunosĀ paĆses antaƱo prósperos, y hoy decadentes, se creen Ā«revolucionariosĀ» a su modo, con el predominio de unas costumbres simplemente vegetativas; es decir, para salir del paso. Muestran una mĆnima cuota de espĆritu de emprendimiento y de superación.
La clave del desarrollo (no hay que aƱadir Ā«sostenibleĀ» o Ā«sostenidoĀ», (tĆ©rminos redundantes) estĆ” en la idea de Ā«productividadĀ». La cual no se deriva tanto del uso sistemĆ”tico de las mĆ”s eficientes tecnologĆas como de la capacidad de dirigentes y empleados para realizar tareas rentables. En este caso, la distinción Ā«pĆŗblico/privadoĀ», tan querida por la izquierda, se antoja irrelevante.
Puede que no sean muy precisas las estadĆsticas de la contabilidad nacional. Sin embargo, no tenemos otras que puedan ser comparables para traducir el nivel de bienestar por todos deseado.
El ideal del Ć©xito económico de un paĆs no estĆ” solo, ni fundamentalmente, en el crecimiento de su PIB (el valor de su producción). La condición aƱadida es que tal ascenso se realice sin demasiadas desigualdades Ć©tnicas o de posición social. Por ese lado asoma una ventaja de algunos paĆses pequeƱos; siempre, que se cumpla la premisa de una creciente productividad.
Ćltimamente, se impone otra dicotomĆa internacional: el G-7 (Estados Unidos, Reino Unido, CanadĆ”, Alemania, Francia, Italia, Japón) y todos los demĆ”s paĆses. En realidad, el G-7 serĆa el grupo de las siete democracias con una economĆa mĆ”s compleja y desarrollada. La clasificación parece un tanto contenida. PodrĆa haber incluido a Suecia, Holanda, Corea del Sur y otros pequeƱos paĆses muy prósperos. Queda la incógnita de las naciones desarrolladas y no democrĆ”ticas. El ejemplo mĆ”s espectacular es China, que es la segunda potencia económica del mundo en tĆ©rminos absolutos, solo, que con partido Ćŗnico. ĀæSerĆ” el modelo para muchos paĆses pobres?