«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La Gaceta y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

El neoliberalismo eres tú

29 de octubre de 2024

La vida neoliberal no parece ser la vida cañón —título del éxito indie del verano para la provincia con alma malasañera, culturalmente «muy elitista»—. Íñigo Errejón, cuya persona aspiraba a ser una especie de asceta-soldado de la nueva izquierda, se ha quedado en potro salvaje que pierde el sentido ante aliadas y compañeras. El neoliberalismo, dice, le ha puesto riendas y herrajes. Cree haber sido víctima de eso que el filósofo Michel Clouscard llamó «capitalismo de la seducción», triunfo de una nueva ideología burguesa que se ha olvidado de sus principios fundadores para colocar el placer frívolo como el fin último de toda vida humana. Sin embargo, ¿qué posibilidades tenía el Gramsci de Pozuelo de acercarse al ideal que aspiraba? Si nos fiamos de Clouscard, pocas. La bestia del capital colonizó hace décadas la izquierda revolucionaria creando cincuenta sombras de Errejones. Tanto pasear por ahí la Teoría del partisano en edición de bolsillo para, finalmente, sentirse invadido por un espíritu libidinoso salido de la Escuela de Chicago.

Tiene su gracia que las ganas de fornicio, hecho cenital —¿genital?— del sesentayochismo, que empezó por querer asaltar no los cielos, sino los colegios mayores femeninos de Nanterre, haya supuesto el fin de la vida institucional del diputado de Sumar. Me refiero al mayo francés, claro, como mito fundador —¡seminal!— de la izquierda a la que pertenece Íñigo, donde el sexo siempre ocupó un lugar prominente. Hoy, aquéllos que participaron de ese tiempo de las cerezas de pitiminí, que apoyaban al FLN argelino y al Viet Cong, también han sido abducidos por la vida neoliberal. Una lluvia de Tomahawks o un bombardeo sobre Belgrado o Damasco les pone como motos, son entrevistados con frecuencia por los medios del consenso y, en materia de entrepierna, su radicalismo chic es algo más cercano a lo delictivo que las parafilias pequeñoburguesas del cofundador de Podemos.

Aunque Errejón pueda estar lamentándose de que su tiempo en política acaba abrupta y prematuramente, si la cosa sigue su ciclo natural —neoliberal— en veinte años debería estar escribiendo terceras sobre la hegemonía del núcleo irradiador en cualquier medio peperocompatible. Para aquellos que experimentan la fuerza de la bestia salvaje clouscardiana —ya sabemos en qué han quedado maoístas y trotskos de antaño— no hay vuelta atrás. 

El neoliberalismo, pues, se enmascara como izquierdismo —ése es su genio— a partir del 68 y uno de sus tortuosos caminos es el feminismo de tercera generación. Entre la idea neoliberal de libertad y emancipación y la mujer empoderada de la izquierda posmoderna no hay —como entre la persona y el personaje— contradicción que valga.

Mucho se ha hablado a estas alturas de cómo han estallado en las manos del exdiputado las consecuencias de la falta de una seguridad jurídica que su grupo político ha contribuido a dinamitar. No había llegado aún (tres años después de los hechos) la denuncia a comisaría y ya se había puesto en marcha la maquinaria victimista. Dice Adriano Erriguel que la moral victimista se aviene a la perfección con el funcionamiento de los medios. Hay una relación estrecha entre lo compasivo, lo espectacular y el espectáculo. Íñigo Errejón ha sido repudiado por los suyos sin haber sido condenado por la Justicia, porque hay una relación todavía más íntima entre la izquierda posmoderna y sus chiringuitos.

Y por cafre. A la vista de los relatos y testimonios de las presuntamente acosadas por el exportavoz de Sumar que hasta ahora conocemos, nada de esto habría ocurrido si las hubiera invitado a desayunar.

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