«Contra la Unidad Católica se han levantado muchos errores, pero quizás el más temible haya sido el liberalismo, verdadera lepra de la sociedad». Casi ocho décadas después de que se escribieran estas palabras, debidas a Manuel Senante y publicadas, bajo el título, «Constante lucha de la verdadera España contra el liberalismo», en la revista Cristiandad, el liberalismo, transformado en neoliberalismo, ha sido señalado como culpable de errores humanos, demasiado humanos. Yerros cometidos por el personaje en el que permanece, atrapada, la persona de Íñigo Errejón, caído tras ser incapaz de cabalgar tamaña contradicción. Si el liberalismo fue señalado por Félix Sardá y Salvany en su, El Liberalismo es pecado: cuestión candente (Barcelona, 1884), como el mayor peligro para el catolicismo, el neoliberalismo es la nueva perversidad, la más grave amenaza para el podemismo, adanismo del que Errejón ha sido uno de sus más destacados símbolos.
Es difícil saber si el puntual afloramiento de las andanzas de cama de Errejón se ha debido a fuego amigo, ya desde Sumar ya desde las filas de un Podemos que busca aniquilar a uno de sus hermanos carnales. Es pronto para saber quién hará leña electoral de este árbol caído. Rivalidades partidistas al margen, lo llamativo han sido las reacciones a la conducta de don Íñigo, confundido por los cantos de sirena del neoliberalismo. Existían, no obstante, señales de que el custodio del núcleo irradiador podía atravesar una profunda crisis. Esa, por decirlo con Surfin´ Bichos, «mandíbula cuadrada» que, como un ejemplo vivo de esa gente abollada a la que cantaban los albaceteños, trató de justificarse con no recuerdo qué trastorno. Existían, ahora lo sabemos, fundadas sospechas de lo que hacía el diputado cuando nadie, salvo la más o menos interesada, lo veía. Nadie levantó la voz. Los réditos electorales eran superiores a los desajustes con el, en fórmula de Sharon Calderón-Gordo, «feminismo administrado», que pretende, vana ilusión, reglamentar todo lo que ocurre más allá del ojo de la cerradura.
Las claves las ha dado Ana Redondo, Ministra de Igualdad, en la televisión que cada vez pertenece a menos. Según ella, el machismo es estructural y lleva con nosotros 10.000 años. Dicho de otra forma, todo hombre lleva en su interior un violador, un depredador de mujeres, a las cuales debe protegerse, pues no se les otorga la fuerza y el discernimiento suficientes para afrontar según qué situaciones. En estas milenarias circunstancias, el Ministerio se hace imprescindible. Los puntos violetas deben extenderse como una mancha de aceite. Los cursillos deben ampliarse, pues hasta adalides del feminismo como Errejón pueden caer en el lado oscuro. Errejón como fallo del sistema, como tara de la parte luminosa de un sistema que, a la división hombre-mujer -luz frente a oscuridad, añade la fractura entre la izquierda, siempre sensible y pedagógica, y la de la derecha, eternamente envuelta en tinieblas y dogmatismo.
Dos años después de la aprobación de la Ley de garantía integral de la libertad sexual, uno de sus impulsores, Íñigo Errejón, ya juzgado en la escena pública y expuesto a una condena de hasta cinco años, podrá, no obstante, beneficiarse de las bondades de la ley del «solo sí es sí» que su acusadora, ajena a la calentura de su retoño, le recordó en la noche de autos. En cualquier caso, sean cuales sean los verdaderos motivos de la excomunión de Errejón, lo importante es que su caso ha sacado a relucir las vergüenzas de un feminismo que no funciona, y no porque sea falso que todos los hombres sean unos violadores, que lo es, sino porque las políticas que pregonan, y que hemos de suponer férreamente asumidas por sus partidarios, singularmente por el absentista becario de la Universidad de Málaga, se han declarado completamente inútiles.