«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Director de Rius TV en YouTube. Trabajó antes en La Vanguardia y en El Mundo. Director de e-notícies durante 23 años.
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El Nixon español

2 de julio de 2025

Tengo una cierta inclinación por Richard Nixon. De hecho tengo hasta pendiente de leer la biografía que le dedicó el escritor John A. Farrell y que fue finalista del Premio Pulitzer en el 2017. Prometía tanto… Nixon podría haber pasado a la historia como un gran presidente. Como el hombre que desbloqueó las relaciones con China (1972) —con la famosa diplomacia del ping-pong— o concluyó la Guerra de Vietnam (1973).

Sus comienzos no fueron fáciles. Había nacido en lo que entonces era un villorrio de California. Llegó a ser, con 40 años, el vicepresidente más joven de la historia bajo el mandato de Eisenhower. Ocho años en el cargo. Aunque las vicepresidencias USA no sean como las de aquí, excepto en caso de muerte del mandatario. Truman, cuando sustituyó a Roosevelt, llevaba seis meses sin verle. Los Kennedy detestaban a Lyndon B. Johnson, pero necesitaban los votos del Sur.

Luego vino, sin embargo, el tropiezo en las presidenciales precisamente contra John F. Kennedy. Más guapo, más simpático y más bronceado que él. Aquel famoso debate televisivo, el primero de la historia, en el que al candidato demócrata se le vio más fresco. Tuvo que esperar, en efecto, hasta 1969 para llegar a la presidencia. Fue reelegido cuatro años después en una de las victorias más holgadas de la historia de Estados Unidos. Ahí empezó a torcerse todo. Nunca entendí, como teniendo la victoria asegurada, se dedicó a espiar a los Demócratas. El famoso Watergate.

Porque Nixon, en realidad, no dimitió por el celebérrimo caso, sino por no decir la verdad. Negó los hechos y el encubrimiento. Luego las cintas revelaron exactamente lo contrario. No en vano tenía obsesión por grabarlo todo. Incluso sus propias conversaciones en la Casa Blanca. Como Bono; que dicen que, para escribir sus memorias, se iba al lavabo en los actos oficiales para tomar notas.

Por eso, en cierta manera, Sánchez es nuestro Nixon. Desde luego no estoy comparando al presidente español con el norteamericano. Sobre él no pesan, de momento, imputaciones. Aunque no puede decirse lo mismo de su entorno más inmediato. Político y familiar. Santos Cerdán era, hasta hace unos días, el número tres del partido. Por no hablar del estado de las pesquisas sobre su mujer o sobre su hermano, en este caso mucho más avanzadas.

Pero Pedro Sánchez se ha convertido lamentablemente en un mentiroso compulsivo. En la huida hacia delante perpetua aunque lo blanqueen como «cambios de opinión».

Hace poco entrevisté a Ángeles Gervilla, una catedrática jubilada de la Universidad de Málaga, que en el 2021 se dedicó a contar una por una las mentiras del presidente del Gobierno. Especializada en pedagogía, llegó a la conclusión de que mentía como los casos de adolescentes que había estudiado durante su larga carrera académica aunque con mucha más sangre fría.

En fin, en esa época, le salieron 65 falsedades. Incluidas las del covid. Ahora ha tenido que publicar una segunda edición actualizada con todas las pronunciadas desde entonces. Por eso, Sánchez y Nixon en esto se parecen. Como Sánchez y Puigdemont, otro mentiroso. Y recuerden que Nixon dimitió por mentir. Todavía hay esperanza.

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