«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.
Hughes, de formación no periodística, es economista y funcionario de carrera. Se incorporó a la profesión en La Gaceta y luego, durante una década, en el diario ABC donde ejerció de columnista y cronista deportivo y parlamentario y donde también llevó el blog 'Columnas sin fuste'. En 2022 publicó 'Dicho esto' (Ed. Monóculo), una compilación de sus columnas.

El olvidado racismo del republicanismo francés

5 de julio de 2023

Acostumbrados a que el feminismo se ocupe del fondo cultural, patriarcal y católico del hombre español, resulta sospechoso que en los análisis de Francia se pase por alto el origen de los inmigrantes. No como una condena racista, sino como un intento de comprensión. Si el católico es heteropatriarcal, ¿qué hay en las estructuras sociales del Magreb, el Sahel o el África subsahariana? Y no sólo en relación con las mujeres, también, y sobre todo, en el trato entre hombres, sus relaciones, la actitud hacia la autoridad, la violencia, etc… Pero si se niega lo identitario de las revueltas, huelga todo lo demás.

Hay quien ve estos problemas como el retorno en boomerang del colonialismo francés. El inmigrante que recibe Francia revelaría una relación con lo ‘imperial’ distinta a la que el hispanoamericano tiene con España. Esto daría la razón, a la vuelta de los siglos, a quienes destacan la naturaleza generadora y no colonialista del Imperio español. Lo hispano, tan vilipendiado, tendría en la identidad de los mal llamados latinos un lugar central, nuclear, distinto e incomparable al de lo francés en sus antiguos dominios.

En la inmigración francesa se perciben quizás las consecuencias de lo colonial y colisionan dos cosas más relacionadas entre sí de lo que pensamos: la educación republicana se enfrenta al retorno del colonialismo francés, su hermano o primo hermano. Porque la República francesa y su escuela laica están tan idealizadas que se suele ignorar lo cerca que estuvieron del colonialismo más prepotente y racista.

Esa relación está encarnada en una figura: Jules Ferry, un importante político francés de finales del siglo XIX, republicano de izquierdas, presidente del Consejo de Ministros y ministro de Instrucción Pública y Exteriores en la III República.

Ferry pasó a la historia como el creador de la escuela francesa: pública, gratuita, obligatoria y laica.

Su objetivo era: «Hacer  desaparecer  la  última,  la  más  terrible  de  las  desigualdades  que  tienen  su  origen en  el  nacimiento,  la  desigualdad  de  educación.  A este problema consagraré  todo  lo  que  tengo  de  inteligencia, todo  lo  que  tengo  de  alma,  de  corazón,  de  fuerza  física  y  moral:  el  problema  de  la educación  del  pueblo«.

Con el impulso de la Revolución no lejano, se trataba  de crear una educación para un nuevo ciudadano, emancipado de la religión católica; dar al ciudadano una moral, elementos de moral pública, pero no fundamentados en la religión sino en principios nacionales. Como escribió en su célebre Carta a los maestros , «fundar entre nosotros una educación nacional», frase que nos lleva a preguntarnos, muchos años después y para el caso español, ¿en qué quieren fundamentar la moral pública los imitadores afrancesados ibéricos que eliminan lo nacional tras haber eliminado a Dios?

En esa carta hay, por cierto, un consejo práctico para cada maestro, una especie de regla de comportamiento, la interiorización de un auténtico pin parental: «Si  a  veces  os  embarga  la  duda  de  saber  hasta  dónde  os  es  permitido  ir  en  vuestra  enseñanza  moral,  he  aquí  una  regla  práctica  a  la  que  podéis  ateneros:  antes de  proponer  a  vuestros  alumnos  un  precepto,  una  máxima  cualquiera,  preguntaos  si  se  encuentra,  al  alcance  de  vuestro  conocimiento,  un  solo  hombre  honrado  que  pueda  sentirse  ofendido  por  lo  que  vais  a  decir.  Preguntaos  si  un padre  de  familia,  digo  uno  sólo,  presente  en  vuestra  clase  y  que  os  escuche, podría  de  buena  fe  negar  su  asentimiento  a  lo  que  os  oiga  decir.  Si  sí,  absteneos de  decirlo;  si  no,  hablad  resueltamente,  pues  lo  que  vais  a  comunicar  al  niño,  no es  vuestra  propia  sabiduría,  es  la  sabiduría  del  género  humano,  es  una  de  estas ideas  de  orden  universal  que  varios  siglos  de  civilización  han  hecho  entrar  en el  patrimonio  de  la  humanidad.  Por  estrecho  que  os  parezca,  tal  vez,  un  círculo de acción así trazado, haceos un deber de honor de no salir jamás de él, permaneced  más  acá  de  este  límite  antes  que  exponeros  a  franquearlo:  no  tocaréis jamás  con  demasiado  escrúpulo  esta  cosa  delicada  y  sagrada,  que  es  la  conciencia  del  niño». ¿No debería el ministerio de Educación enviar esto a cada maestro español para que sirviera de límite moral y pedagógico?

Las leyes escolares de Ferry fueron importantísimas para desarrollar la escuela primaria francesa y, con ello, la República, pero junto a esa dimensión suya hubo otra, que se desarrolló en política exterior. Ferry era colonialista, e impulsó expediciones a Asia y África con justificaciones políticas, económicas y también puramente racistas.  Así lo expresó en un discurso ante la Asamblea francesa: «La política de expansión colonial es un sistema económico y político… que puede ser relacionado con tres tipos de ideas: ideas económicas, ideas de mayor alcance relacionadas con la civilización e ideas de tipo político y patriótico. (…) ¡Señores, debemos hablar más claro y honestamente! Debemos decir abiertamente que efectivamente hay razas superiores que tienen derechos sobre las razas inferiores… Repito, las razas superiores tienen derechos porque tienen deberes. Tienen el deber de civilizar a las razas inferiores».

La República francesa está sacralizada, pero su republicanismo tuvo una relación innegable con el colonialismo racista de justificación cientifista, una creencia en la superioridad racial inspirada por el pensamiento ilustrado.

La Ilustración republicana era a finales del siglo XIX colonialista porque se consideraba impulsora del progreso, la evolución moral, la civilización y la Humanidad, con el empuje adicional del economicismo mercantilista y de la Ciencia. Era normal, desde ese punto de vista, que el pueblo más avanzado, el más progresista, vanguardia de derechos humanos, extendiera la civilización a otros pueblos inferiores.

La escuela republicana se creó para educar a los niños en los mismos valores en los que había que educar a otras civilizaciones. Más de un siglo después, la escuela de Jules Ferry tiembla ante el reto.

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