Bastó que hace unos meses un señor se colara en la televisión unos segundos nada más, para que calara popularmente el «que te vote Txapote», lo que permite fantasear con lo que pasaría en España con media hora de prensa libre.
El grito no le gusta al gobierno, y ha mandado a sus voceros de los medios y del sindicato cultural subvencionado para que lo afeen con el argumento de que hiere la dignidad de las víctimas, a las que, sin embargo, no les habría importado el pacto con ETA, ni el blanqueamiento de su brazo político, ni el acercamiento y homenaje a los terroristas, pero sí el grito. No se puede hacer política con esto, dicen algunas víctimas, pero política es, precisamente, lo que cabe hacer al respecto. El comisariado victimológico que han venido ejerciendo los grandes partidos tiene este tipo de efectos y esos modos perduran en el tiempo.
Ahora lo vemos con el asunto de la, así llamada, violencia de género. Aunque tampoco la llamen ya siempre así. Lo van camuflando para que Vox no pueda tener un poco de razón. Ha habido dos asesinatos en los último días y volvemos a comprobar que para la interpretación política de los crímenes (su aprovechamiento) usan el término «violencia machista», con esto tratan de evitar el concepto género, que recuerda al campo de batalla, no precisamente pacífico, entre feministas y trans, y van transformando lo que se dice para que parezca que Vox niega más de lo que realmente niega.
A esos crímenes toda la vida se les llamó uxoricidio: asesinato de la mujer por el cónyuge. Ahora cambia la terminología y también la manera de informar. Por ejemplo, se incide siempre en lo acumulativo: «Con esta ya suman…», único caso quizás en el que se hace, y se amplía el recuento a los hijos: «Son ya 27 los huérfanos que deja la violencia machista…». El efecto es acumular, engrandecer, crear magnitudes agregadas.
Además de estos matices, observamos cómo el tratamiento de cada crimen se extiende 48 o 72 horas porque se institucionaliza la escenificación de las autoridades al día siguiente, a las puertas del edificio oficial. Salen los partidos con su discurso. Estas muestras de condena oficiales sucedían con ETA y ahora se recuperan. El consenso (que es oligárquico y extractivo) se disfraza de feminista colocando una bandera contra la ‘viogen’ (ahora violencia machista) y el discurso se hace obligatorio, se convierte en la única interpretación posible. Es en esa representación donde se percibe la foto exacta del momento: todos los partidos, desde el PP a Bildu, con la misma pancarta, y al lado, fuera de eso, Vox, que estaría dentro del sistema, pero no del consenso (pancarta), lo que explica la campaña que estamos viendo. Vox no niega la realidad criminal, como repiten los desaprensivos del duopolio y el diario oficial, sino la interpretación ideológica (la ideología se impone sin éxito a la criminología). Pero aclarar esa gran mentira infamante es imposible y la falsedad deshumanizante se repite día tras día. No hay conversación pública en España y por eso mi humilde pregunta no espera contestación: ¿por qué el ministro de Justicia francés habla de un Plan contra las Violencias Intrafamiliares y aquí esa expresión se tiene por «medieval»?
Si la claudicación política y conceptual del Consenso ante la paz oficial vasca ya era difícil de digerir, esta utilización de los uxoricidios y asesinatos de mujeres por el mismo Consenso alcanza unos niveles de abyección que dejan pasmado. Los vasos comunicantes por los que se ha ido normalizando al millón de votos de ERC (golpismo) y Bildu mientras se estigmatizaba a los casi cuatro millones de votantes de Vox es algo que se deberá estudiar, aunque ya sabemos que a ello ha contribuido el feminismo. El instrumento para semejante obra de ingeniería social, para ese gran trasvase, Plan Hidrológico de las polaridades, ha sido el feminismo.