Meto las manos en los bolsillos y encuentro lo siguiente: llave del coche, pequeño dosificador de colonia, rosario y un pañuelo. El pañuelo lleva bordadas las iniciales de mi padre, muerto hace ya 20 años. No me pidas que te describa por qué ese trozo de tela significa tanto para mi; soy incapaz. Pero es una de las prendas más preciadas que poseo. Su única herencia. Cuando está sucio, lo lavo con cuidado, lo plancho, lo doblo y me lo vuelvo a guardar. Si estoy decaído lo saco y juego con él, me transmite cosas, historias, me dice mucho más que una foto. Hace mucho tiempo ya que perdió su olor y pasó a tener el mio, pero me da igual, yo aspiro profundo y siento mil cosas. Me acerca a su vida, a su historia personal, y a mis raíces. Esté donde esté del mundo, tengo mi pañuelito a mano para recordarme quien soy y animarme a crear mi propia historia, completar la suya e incorporarla a mi existencia y mejorarla.
Esté donde esté del mundo, tengo mi pañuelito a mano para recordarme quien soy y animarme a crear mi propia historia
Si yo te diera mi pañuelo, querido lector que me soportas, quizá por respeto a mí lo trates con cuidado, pero rápidamente lo olvidarás, como es lógico, porque a ti no te transmite nada, porque ni es tu padre, ni es tu pasado, ni tus raíces, ni tu vida, ni tu futuro. Pero si por algún motivo maltrataras esa prenda tan querida para mí, herirás mis sentimientos y mi orgullo como hijo y como hombre. No lo podría permitir, y creo que no es difícil de entender.
Una bandera no es un trozo de tela. Es una prenda heredada que mantiene, como mi pañuelo, el alma de cientos de millones de personas que antes que nosotros construyeron lo que ahora somos.
Una bandera representa mucho más que un concepto poco concreto. Mi pañuelo representa lo poco o mucho que me queda de mi padre. Pero mi bandera representa lo poco o mucho que nos queda de la patria.
Salgo a la calle y piso la acera, una acera construida hace ya muchos años, en una ciudad dibujada hace cientos de años, por gente que ya no está, pero que sigue creciendo cada día. Cruzo por el mismo semáforo que lleva funcionando tantos años, y puede que el que lo puso, ya esté jubilado, o internado ese hospital fundado hace ya siglos por unas monjas amantes de sus hermanos por amor a un Cristo que les salvó y que inspiró, con su Iglesia, el código civil que me protege, el decálogo que me mantiene y la esperanza que me soporta. Y eso es la patria.
Es el sol de otoño madrileño que me ilumina ahora, que iluminó antes a Lope y Góngora y Quevedo, mientras hablo por teléfono con mi amigo, que cruza ese puente en Vigo al sur, moderno y esbelto. Es la carretera que va a mi viejo monasterio de Cardeña, con sus monjes serenos, que no la puse yo pero alguien, que ya no está, la puso. Es mi cocido, surgido de la pobreza castellana, son mis migas, mi fabada, mi vino y mi pan. Que mi patria no me la inventé yo, que a mí la dieron así. Que cuando yo nací me regalaron el flamenco, la jota y la sevillana. Que me dieron en prenda mi lengua, el español, con el que grito, insulto, pienso, amo y rezo. Son mis guerras y mis paces, las victorias de mis héroes, que son mías porque me las regalaron. Mis conquistas, mis reconquistas, mis miserias, mis pecados y mis glorias, que nos forjaron un carácter que se intuye cuando en la otra punta del mundo oyes a un español decir “¡venga coño, tira pallá!”.
Son mis guerras y mis paces, las victorias de mis héroes, que son mías porque me las regalaron
Son los nombres y gritos con que el payés se entiende con sus ovejas, historias que nunca conocerás, y la del legionario de mil guerras, con otras que no le dejarán contar. La del valiente, la del cobarde y su vergüenza insoportable. La lengua viva zaragozana de Galdós. Las cicatrices del terrorismo, el miedo mordiente de los amenazados y la ira insoportable que nos come porque nos arrodillaron ante él, eso también es la patria.
Y lo que dejaremos a nuestros hijos. La misma calle, la misma lengua, la misma historia, la misma ley, la misma fe, las mismas cosas pero mejoradas. Porque seamos realistas, una generación, o dos, podrán inventarse un país, podrán intentar armar un Estado, pero jamás una patria.
Una generación, o dos, podrán inventarse un país, podrán intentar armar un Estado, pero jamás una patria.
Amar a la bandera, no porque sea bonita, sino porque es nuestra. Porque es el pañuelo de pequeños y grandes esfuerzos. Porque al mirarla podemos sentirnos cercanos en el tiempo y el espacio a los que nos precedieron y construyeron para nosotros esta sociedad tan increíble, porque al mirarla podemos juntar las fuerzas e ilusión para perdonar, arrimar el hombro y seguir construyendo patria para los que vengan detrás.