Hay quienes aprovechan este puente decembrino para ir a esquiar, escaparse unos días, no temer a las aglomeraciones y ver las luces que engalanan las grandes ciudades, y algunos —aunque pocos— optan por el descanso. Es el último esprint final previo a las celebraciones de Navidad, cargadas de villancicos, atracones de turrón y planes en sociedad. Y es la primera cita turística en la que está en vigor lo que se ha venido a llamar hoteles «Gran Hermano».
En un paso al frente en su lucha contra la privacidad, desde hace varios días, si usted pretende dormir en un hotel o alquilar un coche, debe saber que, si lo hace en suelo español, estará obligado a dar una cuarentena de datos de su vida privada a quien amablemente le salude en recepción. Gracias al Ministerio de Interior, que dirige Fernando Grande-Marlaska, tendrá que aportar unos 40 datos personales; 60 si lo que quiere es alquilar un coche. DNI, dirección, itinerario, relaciones familiares… ¡Bienvenido al destino de la vigilancia y el control! Todo ello será enviado a una plataforma gubernamental de la que esperamos, o suponemos, que esté tan blindada contra los ‘hackers’ como la de los datos fiscales de los ciudadanos. Su privacidad es importante… pero no tanto como su dirección, sus acompañantes e itinerario al completo.
Empezando por lo más inmediato, si usted se dirige a pasar unos días de descanso, sepa que comenzará sus vacaciones rellenando un formulario más que extenso. No se nos ocurre mejor forma de iniciar un merecido descanso, en medio del barullo de una gran cantidad de huéspedes que rinden pleitesía —obligados— a este turismo de libreta policial para poder realizar el check-in. ¡El destino de sus sueños… convertido en la pesadilla de las 40 casillas!
El sector hotelero y las agencias de viaje han estado alertando de los riesgos económicos y de vulnerabilidad que tal cosa supone. El Ejecutivo dice que es por su seguridad y la lucha contra el terrorismo. Ay, vieja excusa, argumento tan repetido como manoseado por aquéllos que han de buscar justificación alguna para la omnipresencia de sus ojos. Este sistema de control digital sólo será de obligado cumplimiento en los hoteles; a los alojamientos turísticos de plataformas privadas les han liberado de tal carga. De lo contrario, podríamos llevarnos una sorpresa al saber con quién y cómo algunos caballeros —de dudosa caballerosidad— de la política pasan sus escapadas privadas en estos pisos. Imagínense que en ese formulario se detallaran también las intenciones, las compañías y hasta el número de botellas de champán descorchadas. Sea como sea, lo que sí ha sido desconcertante es saber que los terroristas prefieren pasar desapercibidos en hoteles y no en pisos turísticos.
Hemos sido la burla de la prensa internacional, y a este exceso ibérico, en efecto, lo han titulado el Big Brother español. El Gobierno ha querido meter la mano en la gallina de los huevos de oro de la España de las maravillas. Y no parece el destino más apetecible aquél en el que el recepcionista adopta la figura de interrogador frente a otros que se limitan a preguntar si prefiere una cama doble o individual.
España se convierte así en pionera del control turístico. Amenaza la privacidad y pone en jaque el motor de su economía. Disfruten del paraíso… de la vigilancia continua. Aquí el sol que siempre brilla es el del control gubernamental, bajo el que cualquier pestañeo del ciudadano es un dato explotable.