En 1806, el escritor guipuzcoano Juan Bautista Erro y Azpiroz publicó en Madrid su Alfabeto de la lengua primitiva de España, libro en el que sostenía que el vascuence era la lengua más antigua del mundo pues la habría usado el mismísimo Adán en el Paraíso. Superviviente del guirigay de la Torre de Babel, el vascuence también salió indemne del Diluvio Universal por ser el idioma empleado por Noé, instrumento divino que, tras encallar con su arca en el monte Ararat, sirvió para dar comienzo a esa suerte de gran reseteo que comenzó con la bajada del nivel de las aguas llovidas como justo castigo a los hombres. Aceptadas estas tesis, el lector se preguntará cómo un idioma tan arcaico ha resistido en las provincias vascongadas hasta su normalización. La respuesta conduce a uno de los nietos de Noé, Túbal, que se asentó en la tierra en la que ya ha concentrado Pedro Sánchez a los etarras condenados a prisión en estricto cumplimiento de los acuerdos establecidos con quienes tutelan el submundo del hacha y la serpiente, reptil que conecta el Génesis con el terrorismo vasco. Como es sabido, el tubalismo, teoría que toma el nombre del mentado nieto de Noé, que habría llegado a Vasconia en tan lejanos días, operó a favor del mantenimiento de una serie de privilegios en unas tierras que exceden a la actual Comunidad Autónoma Vasca, Euskadi, según el torcido neologismo araniano. Al calor de semejante mito oscurantista, las provincias vascongadas, mantenedoras de las esencias de un remotísimo cristianismo, deberían ser recompensadas por España.
Siglos después de la aparición de aquella obra y del eclipse de un tubalismo que fue sustituido por las señas de identidad que cultivan la idea de un mundo vasco completamente ajeno a España, la recompensa económica lleva asentada muchas décadas y todo hace prever que estos privilegios se mantendrán en el futuro por una mezcla de complejo de inferioridad y por mero tacticismo de los partidos hegemónicos. Por de pronto, la Comunidad Autónoma Vasca, gracias a la excepcionalidad ante la que antaño se postraba el Partido Popular y hogaño lo hace el Gobierno de Sánchez, es la región española que menos gravará a las grandes fortunas. Así pues, en las tierras entregadas al PNV, gestor de una Hacienda propia ajustada a sus predios, los que atesoren una fortuna de tres millones de euros pagarán un 1% menos de lo que lo harán los acaudalados en otros lugares de España en los que el Gobierno de Sánchez busca neutralizar las bonificaciones existentes mientras hace la vista gorda con los avecindados en las Vascongadas. La consecuencia es evidente: la región vasca se va a convertir en un lugar muy atractivo para las grandes fortunas, una suerte de paraíso fiscal que nada tiene que ver con fórmulas retóricas como la del «Paraíso Natural» asociado a la cada vez más deshabitada, como efecto de la desindustrialización con la que pagamos nuestro ingreso en el club europeo, Asturias.
La medida, ante la que la autodenominada izquierda calla mientras exige, por boca de la aditiva Díaz, una armonización fiscal en Europa que se pretende lograr durante la presidencia de Sánchez, ahonda en las diferencias entre españoles, acaso lo único que, en relación a cuestiones genéricas, lingüísticas y fiscales, puede garantizar el actual Gobierno.