«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

El pendulazo

17 de enero de 2025

Soplan vientos de cambio que asombran por la rapidez y facilidad con que se producen, casi sin tiempo de asimilar si estamos ante el principio de una nueva era o es que el dinero, por definición miedoso, se arrima al sol que más calienta. De pronto, es como si alguien hubiera pulsado un botón para que el camión de la basura se lleve la hegemonía progresista de nuestras vidas y la arroje al vertedero de la historia.

El mainstream progre y el pastiche woke, punta de lanza de los deseos convertidos en derechos desde mayo del 68, son derribados como un castillo de naipes en el primer país del mundo. Zuckerberg ha pasado de expulsar de Facebook a Trump (¡a todo un presidente!) a eliminar la censura que durante años han controlado las agencias verificadoras. Por si fuera poco, reconoce que durante la epidemia del covid fue presionado para eliminar cualquier publicación que afirmase que las vacunas podrían tener efectos secundarios.

El dueño de Meta confiesa ahora lo que en realidad ya sabíamos: 2020 fue el año del experimento global, de la censura más atroz en redes y medios de comunicación, de la derrota de Trump y el advenimiento de Biden, de la persecución de helicópteros a bañistas en una solitaria playa de Mallorca y los aplausos desde los barrotes de la celda, que en eso se convirtieron nuestras casas, para dar las gracias a nuestros carceleros porque todavía teníamos algo que echarnos a la boca y mucho circo en televisión.

Ese estado de psicosis generó manadas de liberticidas que incluso pedían cárcel para Djokovic por entrar en Australia sin vacunarse. El serbio se negó a pasar por el aro y antepuso sus convicciones a la obligatoriedad del pinchazo para participar en un torneo que, como era costumbre, iba a ganar con la gorra. Nole no dio su brazo a torcer y se marchó de Australia sin pegar un raquetazo. Todo eso queda tan lejos que parece ciencia ficción, porque quienes llevaron el mundo al límite de las prohibiciones miran hacia otro lado y vuelven a blandir la ideología de la libertad como si nada hubiera ocurrido.

El caso es que ahora, terminado el conjuro, ese mundo triste y gris desaparece de un plumazo, tan rápido que cuesta creerlo. Quizá nada explica mejor la vuelta a la normalidad que los concursos de belleza que vuelven a ganar las guapas y no las candidatas con cuerpos no normativos, que es como en Machos Alfa el padre repelente y deconstruido (lo que Errejón predicaba y no hacía) llama a las menos agraciadas.

El efecto dominó se extiende y el CEO de Disney anuncia que abandonan la agenda woke porque su objetivo volverá a ser entretener al público y no promover ideologías políticas. Desde hace años la compañía incluye antes del inicio de películas tan inocuas como Peter Pan o El libro de la selva un mensaje que advierte de que la emisión «incluye representaciones negativas y/o un mal tratamiento de personas o culturas». Nadie conoce el caso de ningún niño que se haya vuelto racista o machista al ver las aventuras del capitán Garfio, Wendy y Campanilla, pero hay estudios de género, profesores y hasta másteres universitarios ocupándose de estas mamarrachadas.

En España comenzábamos a intuir algo gracias a los jóvenes, que vuelven a ir contra el sistema y los dogmas impuestos desde arriba. El año pasado cercaron la sede del PSOE durante más de un mes, algo que no hubiéramos creído apenas 10 años antes cuando la calle era de la izquierda más radical, la que rodeó el Congreso y pateaba policías en el suelo para regocijo de Pablo Iglesias, hoy con mansión y la vida resuelta.

Por eso es entrañable ver llorar por Musk a quienes creen que la propaganda y los medios les pertenecen, quienes han tenido —y tienen— a Soros y Bill Gates financiando su morralla ideológica, a Hollywood, Movistar y Netflix, a todas las grandes cadenas de televisión, radio, periódicos, digitales y organizaciones supranacionales remando en la misma dirección. Pero no es suficiente. Este inesperado giro de guion —la rebelión de la gente normal— irrita a los viejos dueños de la narrativa que se resisten a creer que vayan perdiendo a pasos agigantados.

De ahí las amenazas. A mitad de camino entre el rencor y la envidia, la decrépita UE investiga si la entrevista en directo de Elon Musk en su plataforma X a la líder de Alternativa por Alemania, Alice Weidel, fue ilegal. El excomisario Thierry Breton, caretas fuera, va más lejos: dice que Bruselas puede anular las elecciones en Alemania si gana AfD, tal y como las han robado en Rumanía.

El nerviosismo del establishment confirma que hay un cambio de paradigma al que también se apunta el mundo del dinero, que tiene un olfato especial para detectar antes que nadie el hedor a cadáver. O’Mullony nos explicó la semana pasada que BlackRock, JP Morgan, Bank of America, Goldman Sachs, Morgan Stanley, Citibank y Wells Fargo han dejado de apoyar los objetivos ecologistas de la ONU. No sabemos si hay gato encerrado. En cualquier caso, es un buen comienzo.

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