El debate de investidura quizá no sirva para que se desaloje por fin a esa banda de comunistas, vividores del cuento y orates del Gobierno, pero está siendo útil para algo: parece que en el PP se han dado cuenta de que su enemigo no es VOX. Y esto, aunque pueda sonar como una perogrullada, es de una importancia capital y lo dice alguien que, como servidor, ha sido tremendamente crítico con los populares y su manera de tratar a la tercera fuerza política en las Cortes.
El único camino posible es la unidad de acción, con todas las salvedades que se quiera, faltaría más. Santiago Abascal ha demostrado ser un hombre de palabra que cumple lo que promete. Digo más, es un patriota capaz de entregar sus votos a Feijoo sin pedir nada a cambio, sin exigir estar en el Gobierno de la nación, sin ni siquiera pretender salir en la foto. Que Feijoo, aunque tarde, se dé cuenta de que el enemigo es la izquierda y su relato, apartándose del mismo como ha hecho con su discurso de candidato, es un paso en la dirección correcta. Tarde, quizá, pero ese es el camino por donde avanzar si queremos ganar la batalla del discurso y la de los votos a todos aquellos que, siendo minoría, pretenden hacer que la mayoría traguemos con sus odios, sus filias y fobias, sus complejos, sus intenciones aviesas y su defensa vil de la criminalidad.
Hubo un momento espectacular cuando el aspirante a ser investido espetó a peneuvistas y puigdemontianos «¿creen que a ustedes los votaron para que aceptaran el programa económico de Podemos?». Ese es el meollo. El frankenstein tiene tantas costuras rotas que, a poco que se hurgue en ellas, puede saltar por los aires. Añado a esto que hay que empezar a cambiar el lenguaje, porque las palabras, como dejó claro Víktor Kemplerer en su imprescindible libro “Lingua Tertii Imperii”, definen a las cosas y estas acaban siendo como las denominamos. Basta ya de llamar extrema derecha a VOX y no llamar comunistas a los de Yolanda Díaz o Irene Montero. Basta ya de hablar del «PSOE bueno», que por otro lado ha mutado en una especie de PRI todavía más siniestro y disgregador. Basta ya de hablar de derechos de la mujer cuando se trata de supremacismo hembrista.
Si en el PP saben entender que la batalla es contra ese frente popular 2.0, que la política entendida a la vieja usanza ha muerto y que estos nuevos tiempos precisan un élan vital nuevo, basado en poderosas alianzas entre demócratas antiglobalistas defensores de la nación, de nuestra cultura e instituciones, se habrá ganado mucho. Este es el momento de iniciar un enorme movimiento que abarque desde los partidos políticos al asociacionismo, desde los colectivos profesionales a la gente de la calle. Puede hacerse sin el PP, pero sería más difícil. Bien está que se sume a ese sólido muro que hemos de construir entre todos para que la ola woke se rompa sin inundar España. El próximo 8 de octubre lo veremos en la manifestación de Barcelona convocada por Sociedad Civil Catalana.