Dice Teresa Ribera que las ayudas de Estado deben evolucionar del interés nacional al europeo. Leo el titular en la edición digital del diario oficial del régimen —al que hacen la respiración asistida desde el Santander hasta el PP— que destaca en la margen izquierda de la web un anuncio de un perfume en que aparece una joven blanca en ropa interior y detrás un musculado varón negro, y al lado otro joven, este blanco, con una negra. Es la filosofía united colors of Benetton, para que luego digan que las noticias no vienen patrocinadas, puro capitalismo moralista.
La irrupción de Ribera en Bruselas merece una explicación: no hay cargo sin acuerdo Génova-Ferraz. Von der Leyen la aúpa como vicepresidenta de competencia y transición verde después de que los socialistas votaran a la alemana como presidenta de la Comisión. El matrimonio goza de buena salud en Europa, quizá demasiada, que fue allí donde González Pons y Bolaños se repartieron los jueces, por eso conviene disimular en Madrid intercambiando algunos golpes al aire en el teatrillo de cada miércoles en las sesiones de control de las que Feijoo sale con cara de ministro de la oposición.
En su llegada a Bruselas, doña Teresa promete que seguirá aplicando el dogma verde e impulsará el reciente informe Draghi, que contiene algo en lo que todos están de acuerdo, la madre del cordero: que las ayudas a los Estados de la unión dejen de supeditarse al interés nacional, sino al europeo, cosa que tampoco es cierta, pues al único interés que responden es al de la Comisión, ese Zeus moderno que perpetra un nuevo rapto de Europa.
No se puede hablar más claro del modelo federal que los burócratas rojos y azules seguirán imponiendo cinco años más: por un lado, la desindustrialización y la ruina para un sector primario ahogado por la competencia desleal, la hiperregulación y las obsesiones climáticas que aspiran a dejar al campo sin tractores ni pesticidas, que es como prohibir a los pescadores faenar sin red. Por otro lado, la cuestión cultural. El consenso no sólo se aprecia en el reparto de sillones, también se funde en el proyecto multiculturalista que disfrutamos con la importación de machetazos, criminalidad, yihadismo, mutilaciones de clítoris, violaciones y matrimonios forzosos, cuestiones estas últimas que, por algún extraño motivo, el feminismo oficial, que ve micromachismos si es Paco quien lanza un piropo, pasa por alto.
En cualquier caso, es un alivio que ya podamos hablar de inmigración. Es como si alguien hubiera tocado el silbato para advertir al elefante en la habitación que hasta ahora nadie veía. Tal es la catarata de coincidencias: Alemania impone el control de fronteras, el primer ministro británico, el laborista Starmer, viaja a Italia a aprender de la gestión de Meloni, el CIS reconoce que la inmigración es el principal problema de los españoles y El Mundo nos explica el «reto mayúsculo y factor geopolítico decisivo» en un editorial que recuerda el oportunismo que desprendían los panegíricos que escribieron en la muerte de Dragó los mismos que le habían echado del periódico.
Si de pronto Tezanos publica lo que responden sus encuestados y los diarios de papel editorializan los peligros de violar fronteras, es que algo raro está ocurriendo a derecha e izquierda, espacios donde Verstrynge fracasó por distintos motivos. En su aventura más reciente no convenció a Podemos de que la patronal es la primera interesada en la mano de obra barata que trae la inmigración masiva. Pablo no le escuchó o, más bien, no quiso hacerlo.
Ya es tarde, dirán algunos, para reconstruir un continente devastado al que nos han conducido las políticas de quienes esta semana se han llevado un serio correctivo en los tribunales: la Justicia ha condenado al PSOE por perseguir el rezo del rosario en Ferraz y al PP por las imposiciones de Madrid Central, que no hay medida más clasista que prohibir la circulación a quien no puede permitirse un coche nuevo. Errejones, Carmenas y Almeidas han convertido Madrid en el kilómetro cero del globalismo, una ciudad amurallada por cámaras que disparan multas a los de dentro en un país que rinde las fronteras a los de fuera. Ribera, ya estamos avisados, nos trae más Europa.