Como muchos saben, Sísifo fue condenado por los dioses a empujar una colosal roca montaña arriba tan sólo para que, una vez alcanzada la cima tras ímprobos esfuerzos, ésta rodase montaña abajo de manera fatídica retornando otra vez hasta el punto de partida. Terrible condena que se asemeja en no pocas cosas a la historia de ciertas ideologías, que durante mucho tiempo han intentado hacer llegar a la cúspide piedras farragosas sin entender que su destino era quedarse en el fango que hay al pie de las colosales cordilleras. Hay ideas que no albergan la grandeza de alzarse sobre las nubes y divisar a vista de águila el mundo. Su alma no puede encontrar la menor satisfacción espiritual en situarse un poquito más cerca de Dios, del cielo, de elevarse desde aquel lodo primigenio donde saurios y reptiles son tan felices. Son ideas que se refocilan en lo más hondo de la tierra y, por mucho que algunos se esfuercen, están ancladas en la bajeza y destinadas a permanecer en ella por los siglos de los siglos.
Esto es aplicable a lo que denominamos izquierda y, particularmente, comunismo. Creen que su huero vocabulario puede suplir aquello de lo que carecen: el corazón. Hablan de repartir la riqueza, pero allá donde mandan el pueblo pasa hambre mientras sus dirigentes se convierten en multimillonarios; exigen paz y desarme, pero gastan millones y millones en armas nucleares y en mantener ejércitos costosos cuando la gente no tiene ni para comprar pan; se desviven con la cultura y organizan tupidas redes de colaboradores artistas, pero en sus regímenes solo es arte aquello que decide el politburó; la palabra libertad no se les cae de la boca, pero en sus regímenes no existe libertad de expresión, ni de prensa, ni siquiera la libertad de organizar una simple manifestación de protesta. Pero se empeñan en esa pugna por imponer sus ideas, ora de manera hipócrita y mendaz allá donde todavía no mandan, ora de manera violenta y cruel en los sitios en los que ya detentan el poder.
En España el social comunismo ya no sabe qué hacer para disimular y ofrecernos esa imagen de paloma de la paz que pintó Picasso. Picasso, un comunista que cuando los nazis invadieron Francia pudo continuar tranquilamente pintando en su estudio de París viviendo a cuerpo de rey porque el Tercer Reich y la URSS habían firmado un pacto de no agresión. Todo un héroe de la Resistencia. Ése es el criterio comunista. Los suyos son modelos de perfección y el resto unos tratados de villanía. Por eso nunca llegan a culminar, gracias a Dios, su tarea. Los arquetipos en los que se basan su ideología comportan una lucha hobbesiana por el poder y la mayoría del tiempo están matándose los unos a los otros. A veces políticamente hablando, otras de manera real. Cultura del piolet, lo llaman. Bien sé que esto no es consuelo, pero tengan presente que más pronto que tarde caerán. Si no es por nuestro mérito, será por su demérito. Pero caerán al fango del que jamás debieron salir.