El tercer partido en número de escaños en el Congreso es Vox. Lleva una gran ventaja sobre la turbamulta de los menos representados. Lo curioso es que, dada esa preeminencia, «sale» poco en los medios. Especialmente es así en los públicos, salvo para remachar que se trata de un partido poco menos que ilegítimo. Un dato diferenciador es que Vox no acumula casos de corrupción política, una tacha muy corriente en las otras formaciones políticas. Lo que más irrita de Vox al resto del personal político es que se trata del partido con una tendencia más clara de crecimiento en el número de votantes y, seguramente, de afiliados.
Los dos primeros partidos (PSOE y PP) por el número de escaños se esfuerzan por imitar el modelo bipartidista británico o estadounidense. Pero este no se adapta nada a la particular diversidad española, ideológica y territorial.
Los dirigentes del PP suelen contestar con evasivas sobre un eventual pacto con Vox en el Gobierno de España. Aunque pueda parecer extraño, los intereses del PP se acercan más a los del PSOE que a los de Vox. Solo que la divisoria establecida es la de izquierda/derecha. Por tanto, al PP no le queda otro remedio que pactar con Vox. Es una alianza un tanto deletérea; sólo tiene futuro si el PSOE pasara a ser el tercer partido, lo que, de momento, sería una hecatombe.
En lugar de tantas encuestas electorales, tan miméticas, valdría la pena adelantar una investigación sobre las relaciones entre los dirigentes de los tres principales partidos. A todo esto, ¿qué hacer con el cuarto partido en discordia, Podemos Sumar, que ya es voluntarismo. Su musa prefiere la etiqueta de «formación política», que es femenino. Ella es un prodigio de entusiasmo adolescente; se aplaude a si misma con un estudiado aleteo de mariposa. Es la versión hodierna del comunismo más estético que otra cosa.
Siendo Vox el tercer partido, llama la atención lo poco que sus dirigentes aparecen en los medios. Además, sus escasas intervenciones son opacadas por las imágenes de los líderes de los dos principales partidos. Es una vieja técnica de la propaganda: quien dice la última palabra parece que es el que tiene razón.
Otro dato negativo es que no se recuerdan imágenes de Abascal y de Feijoo platicando con naturalidad. Sería un gesto necesario ahora en que ambos partidos necesitan el uno del otro. En política, hay que dejar a un lado el impulso de la simpatía o la antipatía.
Es un hecho repetido la acumulación de denuestos que lanzan contra los voxeros los activistas de los otros partidos. El más socorrido e hiriente es el de «fascista», por reivindicar el pleno sentido de la nación española. Pero resulta que el fascismo histórico (y no hay otro) ensalzaba los símbolos del partido, por encima de los nacionales. Otra invectiva es la de que Vox es un partido racista. No obstante, uno de sus máximos dirigentes es mulato. Más general es el despectivo de «violentos» para los voxeros; solo que son ellos, en sus mítines y convocatorios, quienes suelen recibir continuas agresiones. En definitiva, contra Vox se alza una torre de prejuicios.
Son tan recurrentes las andanadas que se dirigen contra Vox, desde diferentes ángulos de tiro, que sólo merecen una explicación. Sencillamente, surge el temor generalizado de que el tercer partido se convierta en el segundo.