Las ilusiones siguen llenando los hogares españoles. Son estos días en los que todos decidimos, al unísono y con una ingenuidad entrañable, que ahora es el comienzo de algo nuevo y la oportunidad de cumplir propósitos que, con toda probabilidad, olvidaremos antes de que termine el mes. Aunque pueda servirnos como recordatorio de nuestras metas, nada se va a reorganizar por arte de magia con un simple cambio de calendario. Mientras los propósitos se acumulan, las celebraciones se suceden, y de ellas emerge también un pequeño milagro, el de dejar las pantallas durante un rato. Y nos aburrimos. Bendito aburrimiento, ese lujo de antaño que hemos decidido no permitirnos para mantenernos 24/7 útiles, productivos e instagrameables. Quizás ese ya sea un gran regalo, el de descubrir que no pasa nada si nada pasa.
En estos días, en los que las pantallas insisten en mantenerse iluminadas, es la estrella la que ilumina el camino de tres figuras majestuosas. El viaje de los Reyes Magos. Melchor, Gaspar y Baltasar, cargados de fe y guiados por una estrella que ningún algoritmo ha podido predecir, abandonaron sus comodidades y certezas en un mensaje que debería llegar a todos los salones: la grandeza no se encuentra en lo que uno tiene, sino en lo que busca. Nadie en su sano juicio haría un viaje de semejante locura, sólo aquel que cree, que espera y que ama. Al ver al Niño con María, se postraron, se arrodillaron ante lo verdaderamente grande y le adoraron. En este gesto nos han dejado una guía, el regalo más valioso no es lo que damos, sino lo que somos capaces de reconocer. Su viaje no fue un mero acto de generosidad, sino una lección de humildad.
El sentido de ese viaje se ahoga hoy entre montones de luces y estrategias comerciales que disfrazan deseos de consumo como si fueran milagros. Hemos permitido que la magia de regalar se diluya en la superficialidad de la compra. Pero aquí están los Reyes Magos para recordarnos que hay una magia mayor: la de compartir, la de entregarse a algo que trasciende todo. Ojalá tuviéramos esa fe de los Reyes Magos. La certeza de que ni el calor abrasador del desierto ni la aparente calma de los oasis podrán detenernos en nuestro viaje hacia el Belén eterno. Un lugar en el que lo divino se encuentra con lo humano, donde las promesas no caducan y donde la vida definitiva con Dios nos espera.
Así que hagamos como ellos. Seamos como ellos. Que la estrella que seguimos no sea la de la entrada de un centro comercial, sino esa que brilla en el cielo de nuestras aspiraciones más nobles. Arriesguémonos a abandonar nuestras seguridades y comodidades, a mirar más allá de lo visible, a entregarnos a la fascinante aventura de la fe. Porque los Reyes Magos no sólo fueron los primeros en regalar, también fueron los primeros en enseñarnos que el verdadero sentido de la Navidad no está en lo que recibimos, sino en lo que estamos dispuestos a dar.