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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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El votante de Vox

6 de junio de 2022

Al votante de Vox —huelga decir que me refiero a hombres y mujeres— ya le han llamado de todo. Lo han tachado de fascista, machista, racista, xenófobo, misógino, cavernícola, troglodita y, por supuesto, nazi. En sus primeros años de vida, trataron de ignorar su existencia. Después, la quisieron efímera. “Vox es flor de un día”, decían. Por fin, le colgaron al partido todas las etiquetas que señalan el estigma: extrema derecha, ultraderecha, nacionalistas, populistas, extremistas, radicales… El último peldaño de esa escalada ha sido acusar a Macarena Olona de no ser andaluza. 

Este votante de Vox también lo ha vivido todo. Ha conocido la corrupción del PSOE en Andalucía y, en general, por toda España. Ha sufrido la decepción del Partido Popular. A cada claudicación ideológica, a cada paso atrás frente al progresismo, le dijeron que debía ser razonable y moderarse. Abundaron las razones en pro de la “gobernabilidad” y del “realismo”. A fin de cuentas, le decían, a tu derecha tampoco hay nada. Después de las renuncias, vinieron las traiciones: los guiños a los nacionalistas, la creciente influencia del globalismo como ideología de las élites progresistas y, resumiendo, los intentos de hacerse perdonar la vida y no parecer demasiado de derechas, demasiado conservadores, demasiado fieles a lo que sus votantes querían. Votar a la derecha terminaba conduciendo a políticas de izquierda más o menos explícitas en lo que se refería, por ejemplo, al modelo de sociedad. Ahí está el ejemplo del aborto y de la “memoria histórica”. Contribuyó a darle a Rajoy una mayoría absoluta formidable y malograda.

La “gestión” y la “honestidad” eran la coartada para votar a partidos que no robaban tanto como los de izquierdas, pero que terminaban aspirando al mismo modelo de sociedad

Este votante seguramente no empezó en Vox, sino que ha terminado ahí como refugiado de un espectro político colonizado ideológicamente por el progresismo y el “centro centrado”. No se levantó por la mañana siendo del partido, sino que “devino” a medida que veía lo que realmente estaba sucediendo: la “gestión” y la “honestidad” eran la coartada para votar a partidos que no robaban tanto como los de izquierdas, pero que terminaban aspirando al mismo modelo de sociedad. Las mayorías absolutas que el “centro-derecha” obtenía no servían para detener la deriva separatista en Cataluña ni en el País Vasco. La gran debilidad de España no estaba en la fortaleza de sus enemigos, sino en la tibieza de su Gobierno. Ya lo dijo Rajoy en 2017 a propósito del 155: “nos van a obligar a lo que no queremos llegar”. Este votante pensaba que el 155 llegaba tarde. Además, se lo ofrecieron muy rebajado en su dureza. Ni siquiera se intervino la Corporación Catalana de Medios Audiovisuales. En España, ha habido más rigor con los medios de comunicación rusos que con las instancias culturales y mediáticas que controlan los nacionalistas vascos, catalanes, valencianos y asturianos, es decir, los enemigos de España. El caso de Galicia es especial porque el centro-derecha no derrotó al nacionalismo, sino que lo absorbió compitiendo con el Bloque Nacionalista Galego en su propio terreno.

El votante de Vox, pues, caminaba por las calles como un ciudadano en busca de una opción que le ofreciera algo más que “gestión” y la condescendencia de una izquierda que, en realidad, lo detesta. A cada paso, veía que ya no reconocía el país que habitaba. Durante cuarenta años, pero con especial intensidad a partir de 2004, todos los cimentos de la vida social, económica y política parecían resquebrajarse. Bajo la apariencia del “talante” y la “moderación”, le estaban convirtiendo la sociedad en algo que ya no identificaba. Las traiciones y las entregas tenían como consecuencia una alienación constante. Desde la familia hasta la historia, todo se había entregado a los consensos progresistas. Tuvo que reconstruir un espacio en medios alternativos, redes sociales, editoriales y publicaciones y, en general, en excluidos del mundillo de la cultureta progresista. Rescataron autores e ideas proscritos por el progresismo y descubrieron -debiera decir, recordaron- que eran valiosos.

Al votante de Vox le ofrecen “reinventarse”, “digitalizarse”, hacer la transición a la “economía verde” mientras el centro de su ciudad se depaupera

Así, a este votante le quieren quitar las corridas de toros, la caza, la pesca y el circo. Lo acusan de destruir el planeta por comer carne y, en su lugar, le proponen comer insectos. Le obligan a financiar copas vaginales, charlas sobre masturbación y cosas “inclusivas”, pero la sanidad pública sigue sin cubrirle los tratamientos dentales. Lo quieren convencer de que la inmigración resolverá un problema de pensiones surgido cuando los españoles dejaron de tener hijos o los abortaron. Asiste atónito a la estigmatización de la maternidad y la paternidad. Las burlas constantes a la religión católica, la mofa de sus dogmas y la befa de sus prácticas se camuflaban como “libertad de expresión”, mientras que él no podía abrir la boca so pena de ser “intolerante”. Lo caricaturizan como “paleto” o “cayetano”. Lo excluyen del centro de las ciudades porque usa un coche diésel. Le afean que viva en un pueblo o, peor aún, que quiera vivir en él en lugar de trasladarse a un barrio bohemio. En Ceuta, directamente pueden declararlo “persona non grata” como hicieron con Santiago Abascal en la Asamblea de la ciudad. 

Este votante es, pongamos por caso, un autónomo o un empleado. Ambos han perdido poder adquisitivo. Ambos recuerdan el tiempo en que un solo salario bastaba, en España, para vivir con dignidad. Ahora, con dos ingresos, apenas se llega para cubrir lo básico. Le ofrecen “reinventarse”, “digitalizarse”, hacer la transición a la “economía verde” mientras el centro de su ciudad se depaupera. Cierran los comercios. Tiendas centenarias desaparecen asfixiadas por la burocracia, los impuestos y la competencia de “plataformas” y otros modelos de negocio desconectados de la comunidad que los alimenta. No les llegan ni las ayudas públicas ni los fondos europeos, que terminan en manos de las grandes empresas. El modelo globalista de la Agenda 2030 condena a este votante, en fin, a la pobreza económica y el “cordón sanitario” levantado para silenciarlo. 

El votante de Vox es ya de hormigón armado. Ya le han quitado cuanto tenía o está en trance de que se lo quiten

Durante mucho tiempo, este votante creyó estar solo. Parecía de mal gusto contar todo esto. Millones lo pensaban, pero pocos lo decían. Elisabeth Noelle-Neumann describió este fenómeno en «La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social» (1977). La opinión pública dominante parecía convertir a este votante en un marciano, un paria o un lunático. Debía de ser un vestigio del franquismo o un hijo torcido del centro-derecha. Esa espiral del silencio se fue rompiendo poco a poco a medida que el cansancio se acumulaba y la alienación se hacía insoportable. Nadie puede sentirse traicionado todo el tiempo ni despojado de todo. 

Así, este votante es ya de hormigón armado. Ya le han quitado cuanto tenía o está en trance de que se lo quiten. Decía Hermann Tertsch que “En España solo se es libre cuando se pierde el miedo a que te llamen fascista”. Pues, por perder, este votante ha perdido hasta el miedo. Ha abrazado con fuerza lo que pretenden arrebatarle. Ha levantado con orgullo aquello que le habían tirado por tierra. La consecuencia del proceso no ha sido, parafraseando a Jordan Peterson, que se haya vuelto menos temeroso, sino que se ha hecho más valiente. En realidad, siempre lo fue, pero creía estar solo y alguien solo resulta muy vulnerable. Ha ido recuperando cuanto tenía como el que, por fin, puede ponerse un traje de domingo: la memoria, la comunidad, la felicidad de no haberse rendido. Mientras otros lamentan la ausencia de una izquierda constitucionalista y “moderada”, él trata de construir una derecha nacional. Dice lo mismo en Madrid, en Barcelona y en Vigo. Ya no aspira a sobrevivir, sino a ganar. La nostalgia -algo maravilloso según Kiko Méndez Monasterio— lo proyecta hacia el futuro. Recuerda una España mejor y posible. La memoria no le sirve de lastre, sino de trampolín.

Algunos creen que este votante va a transigir, una vez más, con cualquier cosa que se le imponga a cambio de “tocar poder” en Andalucía. Creo que es un error. Este votante ya ha pasado por esa trampa del «posibilismo» y la renuncia a lo esencial. Hasta ahora, a Moreno Bonilla todo le resultaba fácil porque Ciudadanos es hoy lo suficientemente ambiguo como para acomodarse a cualquier cosa. Vox no es así. Su votante ha renunciado a gustar a la izquierda. No necesita ni su aprobación ni su tolerancia. Tampoco las espera. Ya ha padecido muchos años la opción por el mal menor en lugar de la afirmación del bien posible. Ahora sabe que tiene una alternativa.

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