«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Empecemos por el dinero de los partidos

21 de diciembre de 2015

¿No quedamos en que vamos a realizar una nueva política? Pues empecemos por los dineros que damos a los partidos, a todos ellos. Formalmente se llama “financiación”. Me parece un término desmesurado. No los financiamos, se nos obliga a que carguemos con los gastos a través de los impuestos. El sistema pudo tener su lógica a principios de la Transición, para cortar la etapa de los “maletines” de dinero que venían de otros países, de sus servicios secretos. Pero el método se antoja ahora francamente inmoral. ¿Por qué tengo que pagar yo con mis impuestos a los partidos que no gozan de mis simpatías?

El método actual se disfraza con el pío subterfugio de la igualdad de oportunidades. Pero de igualdad no tiene nada. Las subvenciones se reparten en relación directa al número de escaños de cada partido. En todo caso, la equidad sería establecer una relación inversa. Es decir, dar más subvención a los partidos pequeños.

Pero la solución verdaderamente equitativa sería que cada partido viviera exclusivamente del dinero que obtuviera de sus militantes y simpatizantes.  Tendría libertad para establecer las cuotas de los militantes, pero las donaciones de los simpatizantes deberían ser de personas físicas, no de empresas u otras entidades. Las aportaciones tendrían que ser públicas, nunca anónimas. Como es natural, dado que provienen de personas físicas, deberían introducirse en la declaración de la renta para obtener las previsibles desgravaciones fiscales. No tengo claro si habría que establecer alguna limitación en la cantidad de dinero que una persona puede dar a un partido. Habrá que discutirlo.

El sistema de financiación debe vigilarse también por la parte de los gastos. Habría que diseñar algún sistema de control para que los gastos de funcionarios, sedes, campañas electorales, etc. fueran los mínimos. Se impone el principio de austeridad. Los partidos deberían apoyarse más en el trabajo voluntario de sus militantes y simpatizantes. De momento, parece un despropósito el dinero que cuestan las sedes, las campañas electorales y hasta los coches oficiales y las dietas.

Otra cosa. Las llamadas fundaciones de los partidos deben desaparecer como tales en cuanto receptoras de fondos públicos. Naturalmente, puede subsistir, pero siempre costeadas por los particulares. De ese modo tendrían más vida y no darían lugar a pequeñas corruptelas.

Con independencia del presupuesto de los partidos, se impone también un plan de ahorro en los gastos de diputados y senadores. Nada de pensiones extraordinarias, coches oficiales, dietas ficticias y demás privilegios.

Ya sé que nadie me va a hacer caso con las recomendaciones anteriores. Pero mi obligación es decirlas. Se admiten todo tipo de correcciones, añadidos y críticas. Par eso estamos.

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