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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Una enmienda a la totalidad

10 de diciembre de 2013

Artículo 1. 2. La soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado.

 

Artículo 2. La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas.

 

En treinta y cinco años de la Constitución de 1978, han pasado muchas cosas en España y a los españoles como para hacer un balance preciso. La fundamental, que vivimos en el seno de una sociedad democrática e integrada en el selecto club de las Naciones Libres de Occidente. Hasta ahora.

 

El problema es que no hay absolutamente “nada que no cure el tiempo”. Toda constitución, incluida la española, tiene un margen de vigencia limitada, sin perjuicio de que, siempre sea un buen axioma el que, “cuanto más tiempo, mejor”. Es decir, tan malo es que sea necesario una nueva constitución a corto plazo como que se eternice su vigencia. Evidentemente y, como en todas las cosas de la vida, el punto intermedio siempre es el mejor. Por lo tanto, treinta y cinco años son un tiempo más que suficiente como para irse ya planteando actualizar nuestra Constitución a la realidad nacional de hoy, muy distinta, en casi todos los aspectos, a la España de blanco y negro de los 70.

 

Hasta aquí, perfecto y todo el mundo estará conforme. Pero, la pregunta del millón sería la siguiente: ¿en qué parte del texto actual debe de permanecer inalterable? Pues, sinceramente, en casi nada, porque todo es reformable a priori, con alguna excepción importante. A saber: la primera, el concepto supra constitucional de la soberanía nacional, que reside, en todo caso –y como sujeto titular de la misma– en el pueblo español en su conjunto, y del que, todas las instituciones –incluyendo la Monarquía– tienen su fuente de legitimación y emanación.

 

La segunda, la fuente original donde debe de beber cualquier intento de reforma constitucional, incluyendo una reforma total del texto: que se fundamente en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles.

 

A partir de ahí, estudiemos y consensuemos todas las reformas que se quieran. Pero, no sobre los pilares de nuestra Carta Magna. Porque, en definitiva, por encima de las constituciones históricas, siempre hay un sujeto constitucional y una fuente originaria del Poder, en el marco de un Estado democrático y de derecho.

 

Ahora bien, lo de la “enmienda a la totalidad” tiene una finalidad distinta. Con esta expresión lo que pretendo argumentar es la necesidad de invertir la carga de la prueba, es decir, reconducir la situación actual, desde el más pésimo estado de decadencia moral, política e institucional, a un nuevo estado de recuperación de nuestros valores más arraigados en el tejido de la Nación: patriotismo constitucional, afán de superación y de recuperación de los valores eternos. Es necesario, por lo tanto, que se vuelva a pensar en grande (Ortega y Gasset dixit), que nos dejemos de practicar políticas en luces cortas y pongamos, de una vez, las largas para afianzar el futuro de las nuevas generaciones. Sin embargo, para este envite, se necesita nuevos paradigmas y políticas, a partir de un concepto regenerado de la vida pública y de los agentes políticos y sociales. Con el actual marco, no se puede esperar nada en positivo, solo una mera reiteración de las viejas y caducas políticas de antaño.

 

Resumiendo: la mejor forma de proteger a la Constitución y de honrarla es la de procurar su regeneración, su cura, de los males que asolan a una Nación vieja y sabia. Los españoles nos merecemos algo más que votar cada equis años. La soberanía no se delega, se ejerce con autoridad, coherencia y coraje. Las libertades no se ganan, se protegen, frente a los enemigos de la Libertad que, como en todos los tiempos, siempre aguardan, en las sombras, para aprovechar sus oportunidades. El conformismo, la comodidad y el cortoplacismo son sus mejores aliados.

 

*Julio José Elías Baturones es doctor en Derecho y profesor de Derecho Procesal y Penal de la Universidad de Sevilla. 

 

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