Desde hace tiempo se percibe una especie de toxicidad en el ambiente que lo impregna todo. Lo que antes era natural e íntimo -principios, creencias, relaciones o costumbres-, ahora tiene un tinte ideológico del cual no nos habíamos percatado en nuestra vida. Nos quieren reeducar y, qué quieren que les diga, yo estoy muy mayor para que me digan lo que tengo que hacer, pensar o decir. Estos adanistas inquisidores de vía estrecha que se creen que han inventado la rueda, nos quieren imponer cómo vivir nuestro patriotismo, nuestras relaciones, nuestra intimidad familiar, nuestra vida sexual o la educación de nuestros hijos.
Todo aquello que no entra en el estrechísimo cajón -el ojo de la aguja- de la corrección política implica la inmediata exclusión del discrepante del foro en cuestión. El problema ya no es tanto lo que está prohibido de forma expresa, aunque en muy poco tiempo llegará a serlo, sino que han logrado silenciar a una parte importantísima de la ciudadanía por la vía de la censura social. La gente calla porque esto o aquello está mal visto. Los que no lo hacemos somos fascistas. Empezaron excluyéndonos de los grandes medios y ahora nos cierran las cuentas en las redes sociales.
Ahora bien, a todos los que se llevan las manos a la cabeza por el ataque brutal a la libertad en todos los ámbitos -no sólo de expresión-, es necesario recordarles que esto en España no es nuevo. Que le pregunten a los vascos y catalanes no nacionalistas si en estos últimos 40 años -que se dice pronto-, han sido libres de expresar sus ideas políticas sin consecuencias negativas o si han gozado de las mismas oportunidades que los que han sido afectos al régimen. A unos los mataban y a los otros no les dejan vivir.
Nos contentamos con que ETA dejara de matar y ahora no interesan demasiado los muchos Alsasuas
En román paladino: la maravillosa democracia española, de la que tanto hemos presumido durante décadas, tiene un déficit de calidad de tres pares de narices —valórese mi contención, por favor—. En dos regiones de España, dos, no ha existido libertad plena de expresión ni de lejos.
¿Acaso no se sabía que el nacionalismo es una apisonadora de la disidencia? ¿A cuántos importó que miles de vascos dejaran su tierra para huir de la amenaza etarra? ¿Valoramos el grado de asfixia social en el que vive un catalán no secesionista? El que no sabe, es porque no quiere saber; la ignorancia es muy cómoda. Nos contentamos con que ETA dejara de matar y ahora no interesan demasiado los muchos Alsasuas que hay en el interior de las Vascongadas y en Navarra. Tampoco nos perturba la batasunización de buena parte de la sociedad catalana. Pero este repugnante chapapote se extiende por toda España y pronto salpicará a todos. ¿Reaccionaremos entonces?
El que crea que es ajeno a esta guerra porque no le interesa la política, se confunde. Esto va de libertad. Libertad para vivir como uno quiere sin otro límite que la ley; libertad para expresarse como le dé la gana sobre el asunto que le parezca y también de manifestarse en términos políticos si le apetece. Nunca ha sido otra cosa. Es posible que ahora no le molesten, pero ya le tocará. Si algo aborrece la izquierda española que opera en perfecta conjunción con el filoterrorismo y los nacionalismos fragmentarios, es la libertad. No conciben que en democracia existan distintas opciones; para ellos la democracia perfecta es aquella en la cual la oposición no existe. Así de simple.
Quédense en Twitter o donde les dé la gana estar, abran nuevas cuentas en otros sitios, pero no cedan más espacio. No renuncien a un milímetro de libertad
Para lograrlo nos perseguirán allá donde vayamos. Nos fuimos a las redes sociales para hablar en libertad y empezaron a cerrarnos las cuentas; nos fuimos a Youtube y todos los días apagan algún canal desafecto al régimen. Me temo que nos infravaloramos y quizá somos más efectivos de lo que nosotros mismos creemos. Ladran, luego cabalgamos. Si esto es así, seamos tercos. A una cuenta cerrada, que le siga otra cuenta abierta. No insulten, no falten al respeto, todo se puede decir sin dar munición al adversario.
Es imprescindible que haya nuevas plataformas, pero marcharnos para hablar entre afines es lo mismo que rendirse. Quédense en Twitter o donde les dé la gana estar, abran nuevas cuentas en otros sitios, pero no cedan más espacio. No renuncien a un milímetro de libertad. En España ya tenemos experiencia de lo que acarrea el silencio, ahora ya no podemos mirar para otro lado.