Las pocas veces que lo hace, la vanguardia de la independencia se expresa en un español deficiente -tanto que a veces sospecho que es impostado-, y se les entiende con dificultad, algo por otra parte lógico si lo brumoso de sus argumentos se combina con cierta parquedad de vocabulario y de sintaxis, que las más veces parecen hienas bostezando, no se sabe si por sueño o por hambre.
Cuando se les entiende mejor es cuando sacan al matón de arrabal, al chulo de puerto, al kíe de talego que llevan dentro, en esa poco publicitada violencia que parece que no es noticia porque no lleva tytadine. Esas agresiones de baja intensidad, utilizadas contra los catalanes y los vascos que no se han arrodillado ante el becerro nacionalista, son la salsa imprescindible para su proyecto de ruptura, mitad estrategia de mafiosos, mitad consecuencia inevitable del odio que tan generosamente han sembrado. De hecho creo que se refieren a eso -al odio- cuando reivindican una y otra vez los sentimientos como forma de hacer política o de construir nacioncitas.
El puñete a Pere Navarro tiene repercusión porque el rostro es conocido y televisado, pero todas las otras veces que los golpes -metafóricos o no- llegan al disidente de a pie, se disuelven en su goebbeliana estructura mediática -subvencionada hasta la ruina de la sanidad-, y que acabará obligando a los jóvenes periodistas catalanes a cursar un máster de esoterismo.
En este aburrido tema catalán los optimistas piensan que todo irá a peor antes de que mejore. Los demás, que simplemente empeorará. No es difícil comprender que la violencia es inherente al proyecto separatista, que ver tipos envueltos en banderas -y exaltando la voluntad como principio político- no algo nuevo, ni lustroso, ni siquiera imaginativo. Y que acaba como acaba.
Pueden adoptar en el futuro la táctica o el disfraz que más conveniente crean, bien sea utilizar a una monja chalada en lo alto de Monserrat -gritando independencia mientras gira la cabeza como una peonza- o descubrir genes catalanes en Justin Bieber, pero más pronto que tarde los españoles todos tendrán que dar su opinión sobre esta voluntad permanente de expolio. Ya hemos aprendido que en sus discursos se mezclan -de mil maneras- conceptos prostituidos hasta el extremo: libertad para elegir el futuro, sentimiento nacional, normalización lingüística, balanza fiscal y, sobre todo, democracia y paz. Mucha democracia y mucha paz, que esa es la sal de sus argumentos, como si sólo con convocar a las palabras se desvanecieran los plomazos y amenazas que inundan la memoria. Porque el nacionalismo ha sido -es y será- una historia de violencia.