«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.
Sevilla, 1986. Periodista. Ahora en el Congreso.

Escuchen, corran la bola…

26 de julio de 2024

La censura es un placer —gozos del centro centrado— si la ejerce Macron en la Francia de las luces y la guillotina que ya no se aplica a reyes, sino a profesores que no se arrodillan ante la sharía. Hay más formas de matar y el poder reserva la más cruel, la muerte civil, a sus disidentes. El Gobierno galo ha sancionado a la cadena CNews por entrevistar al economista Philippe Herlin que rechaza la emergencia climática y que el calentamiento global sea causado por el hombre. 20.000 euros de multa para la televisión francesa y censura y silenciamiento para el atrevido gabacho que, como el premio Nobel de Física de 2022 John Clauser, es condenado a galeras por conspiranoico, que es como el poder llama a quien osa refutar el discurso predominante.

La clave está, sostiene Herlin, en que la emergencia climática es la coartada que el poder utiliza para meterse en nuestras vidas y legitimar su hiperintervencionismo. Aquí tuvimos la ‘emergencia sanitaria’ que impuso el terror covidiano merced a la alianza entre burócratas, periodismo de bozal y sanitarios en aquella inolvidable omertá de bata blanca que padecimos cuando los hechos comenzaron a desmoronar el relato oficial.

Este nuevo despotismo también lo impone Francia en los Juegos Olímpicos. Las olimpiadas de la diversidad (un travesti ha paseado la antorcha olímpica junto a otro hombre, es decir, las mujeres han sido borradas de la foto) y la lucha contra el cambio climático han confinado a los deportistas en camas de cartón, sin somieres ni aire acondicionado, comida sin condimentar ni televisiones en las zonas comunes. La villa olímpica es un gigantesco laboratorio woke que rinde tributo a los encierros contra el calentamiento del planeta que muy pronto saborearemos en nuestras ciudades y barrios. Por supuesto, habremos de agradecer las mieles del progreso, o sea, yacer sobre camas peores que las de nuestros padres y abuelos, saliendo a aplaudir por la ventana a las ocho de la tarde because there is no planet b.

Al mismo tiempo los juegos de París son la oportunidad para que Francia se tome la revancha contra Argentina por el Mundial de Catar. De momento, los futbolistas argentinos ya conocen las bondades del multiculturalismo: les han robado durante un entrenamiento mientras que el partido contra Marruecos fue suspendido hasta en siete ocasiones por la invasión de campo protagonizada por aficionados marroquíes. La pregunta no es cómo pudo fallar la seguridad, sino cuántos de los que saltaron al césped eran nacidos en Francia. Sí, franceses cuya patria es Marruecos.

Hace unos días varios jugadores franceses arremetieron contra el futbolista Enzo Fernández por compartir un vídeo en el que él y otros compañeros del equipo sudamericano entonaban la canción que unos jóvenes argentinos popularizaron durante el último Mundial: “Escuchen, corran la bola, juegan en Francia pero son todos de Angola. Qué lindo es, van a correr, son come-travas como el p… Mbappé. Su vieja es nigeriana, su viejo camerunés. Pero en el documento: nacionalidad francés”.

El gracejo argentino o que Morata y Rodri canten «Gibraltar español» es el principal problema para las autoridades europeas. Pero no que las iglesias ardan en Francia más de la cuenta por ‘causas desconocidas’, que a los irlandeses les hayan robado la tranquilidad en sus calles o que una australiana de 25 años haya sido violada en París por cinco hombres «de apariencia africana». Es seguro que no veremos los rostros de los agresores ni a Netflix grabando un documental como el de la manada de los Sanfermines. Ya lo dijo Tucker Carlson: las personas no son castigadas por mentir sino por decir la verdad.

Por desgracia, quienes mandan en España (o sea, en Bruselas) creen que para ser plenamente europeos debemos acostumbrarnos a que todo esto ocurra debajo de nuestra casa sin que podamos rechistar. Y aunque la globalización es un proceso inevitable, nadie discute hoy que apostar por cierto aislacionismo es un valor seguro. Es verano y lo vemos en nuestra singular España feliz: la de los vivas a España que retumban en la plaza de los Fueros de Tudela durante las fiestas de Santa Ana, la del camarero de TikTok que sube a la cumbre del peñón de Gibraltar a servir una copa a un joven con la rojigualda colgada a los hombros, la de Michael Douglas que celebra su 80 cumpleaños, como uno más, en las fiestas de un pintoresco pueblo de Mallorca. Y… shhhhhh, silencio. Ha vuelto Morante.

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