«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.
Ilicitana. Columnista en La gaceta de la Iberosfera y El País de Uruguay. Reseñas y entrevistas en Libro sobre libro. Artículos en La Iberia. Autora del libro 'Whiskas, Satisfyer y Lexatin' de Ediciones Monóculo.

España, camisa blanca de mi revancha

8 de noviembre de 2022

Experto en distinguir a los cursis y con un pequeño tratado escrito al respecto, el jurista y político Francisco Silvela jamás hubiera imaginado que la afectación y la tartufería sería algún día signo distintivo de una izquierda que él debió conocer primitiva y correosa.

Hoy, liberal-libertaria, pasada por la piedra del freudo-marxismo, el tamiz de la contracultura y conquistada por la sociedad de consumo, ha perdido todo su carácter contestatario para transformarse en el servicio doméstico de un poder oligárquico que modula y aprovecha hábilmente sus pulsiones. Esta servidumbre todavía le permite imponer ciertas ideas. Aunque afortunadamente cada vez influyan menos en eso que Maurras llamaba «el país real».

De poco sirve la historiografía o el sentido común sin el control del relato

El primer acto conmemorativo del «Día del Recuerdo a las víctimas del golpe militar, la Guerra Civil y la Dictadura» es descriptivo de lo anterior. Disfraz de trovador-protesta, cursilada tardosetentera y falsa reconciliación en lo tocante al show; propaganda y mala fe en lo que respecta a la esencia del asunto. Ninguna víctima de aquella contienda, sea del bando que sea, merece algo semejante.

La Administración, representada por el partido desenterrador (PSOE), aparte de sacar a Ana Belén del frasco de formol y ponerla a cantar «España camisa blanca de mi esperanza», ha tirado del eslogan «Memoria es Democracia».

La memoria está íntimamente ligada a la emoción. Es algo personal y subjetivo. Su equiparación con la forma de gobierno de un Estado, con un sistema político, parece puro sinsentido y efectivamente lo es. Sin embargo, tal construcción de la neolengua progre tiene un objetivo: ir introduciendo conceptos, aparentemente inconexos que, con la ayuda del tiempo y la repetición pedagógica, acabarán calando en el cuerpo social y transformándose en «pensamiento comúnmente aceptado». Llegados a este punto, todo esfuerzo por señalar que el recuerdo tiene poco que ver con la democracia será inútil o titánico.

La memoria está íntimamente ligada a la emoción. Es algo personal y subjetivo. Su equiparación con la forma de gobierno de un Estado, con un sistema político, parece puro sinsentido y efectivamente lo es

De poco sirve la historiografía o el sentido común sin el control del relato. Sobre todo cuando éste viene apoyado por el sentimentalismo que acompaña a la memoria. En ella sólo caben quiénes comparten la misma idea sobre el pasado. Aquellos cuya percepción del mismo no corresponda con la que se pretende imponer quedan forzosamente excluidos del estado de gracia democrático y, en el caso que nos ocupa, se les condena a las galeras del fascismo o así. Desgraciadamente, tal es la lectura profunda que debe hacerse sobre el reclamo propagandístico del acto institucional celebrado el pasado 31 de octubre.

La deificación de la democracia es uno de los mitos fundadores del progresismo contemporáneo, pero ésta debe ser entendida como valor abstracto. Es mejor no complicarse con los apellidos («liberal», «proletaria», «orgánica»…) porque los carga el diablo. Si hablamos de la Guerra Civil española, incluso conminados por Stalin a guardar las apariencias, la lección nunca fue aprendida por el PSOE de Largo Caballero.

Gracias a la hemeroteca, que es tanto como decir la «memoria escrita», sabemos que jamás existió un excesivo amor por el parlamentarismo en ese Partido Socialista de los años 30. Cansado de la «República burguesa» y sus instituciones, los llamamientos a la guerra y la violencia revolucionaria no se hicieron esperar.

Es criminal desempolvar el guerracivilismo, quitarle la costra a la herida

Todo esto es un secreto de polichinela y muchos han tragado con el paquete por no molestar («la economía es lo importante», «Nuestros abuelos se pelearon»). Sin embargo, es difícil mirar al futuro y crear cualquier proyecto común cuando se pretende utilizar el Régimen de 1978 como una plataforma para ajustar cuentas, revalidar la Segunda República y fabricarse una historia a medida.

Es criminal desempolvar el guerracivilismo, quitarle la costra a la herida. Escoger el camino de la reconciliación, desviándose de la senda iniciada por Rodríguez Zapatero, es probablemente la única manera de que lo que ocurrió hace casi un siglo no intoxique nuestro presente.

Fondo newsletter