El gran escritor, injustamente olvidado por el progresismo de salón, don José María Pemán dijo refiriéndose a nuestra patria “Suele este pueblo al azar en lo breve fracasar y en lo grande ser fecundo; sabe descubrir un mundo, no lo sabe administrar”. Es una definición hecha con bisturí. Los españoles nos pasamos la vida discutiendo por nimiedades, desaprovechando así una cantidad enorme de energía, talento y voluntad. Es preciso que surja una gran empresa para que el genio de nuestro pueblo irrumpa como un géiser y se eleve en poderoso chorro hacia el cielo. Quizá el drama de España sea que para lo cotidiano servimos menos que para lo extraordinario. Ahora que muchos han colocado en de la mesa del quirófano a esta vieja nación con la malsana intención de practicarle la autopsia en vivo es interesante, amén de impedírselo, reflexionar sobre qué es España y, mucho más importante, lo que podría llegar a ser en el futuro y hacerlo alejados de coyunturas temporales.
El primer paso para regenerar a nuestra nación es la confianza en nosotros mismos, en nuestras posibilidades y en que no existe nada escrito
España es un país rico. Debe serlo para mantener a tanto desocupado de la política que sangra el trabajo de sus compatriotas, malgastando en fiestas, acarreos y lujos lo que va en merma del interés nacional. Ricos somos en materias primas, en agro, en ganadería, en talento, en trabajo. Pero siendo ricos, hete aquí la paradoja unamuniana, somos pobres. Ostentamos el tristísimo récord de tener más paro que cualquier otro país de nuestro entorno. Nadie busque otra razón que una administración nepotista en manos de aficionados, cuando no de truchimanes. Con lo que nos cuesta el complejísimo andamio de administraciones superpuestas e ineficaces hay otros países que podrían muy bien apañárselas.
España es un país rico. Debe serlo para mantener a tanto desocupado de la política que sangra el trabajo de sus compatriotas
Pero como sea que la economía no es el punto fuerte del escribidor, dejemos estos asuntos para plumas más competentes. Quisiera decir, empero, que si estamos como estamos se debe a que los españoles tenemos, en buena medida, una pobrísima opinión de nosotros. El escepticismo natural que tanto daño nos ha hecho, unido a un carácter individualista, nos ha llevado a considerar que nada de lo que hagamos tendrá el menor valor. Craso error. El primer paso para regenerar a nuestra nación es la confianza en nosotros mismos, en nuestras posibilidades y en que no existe nada escrito. Cuando la gesta de las Américas nadie hizo ninguna asamblea, nadie elaboró una encuesta, nadie se puso a discutir acerca de nada. Los españoles salimos a mar abierto dispuestos a todo. Igual que con la Reconquista, igual que el Dos de Mayo, igual que en tantas y tantas ocasiones en las que hemos dejado atrás complejos, dejando paso franco a nuestra capacidad, a nuestra genialidad, entregándonos con toda el alma a un fin superior.
¿Tan difícil es en la actualidad volver a repetirlo? ¿Tanto nos hemos embrutecido? ¿En tan poco nos tenemos? Uno quisiera creer que no, y que de la postración actual solo puede nacer un nuevo espíritu, una vitalidad que nos es imprescindible si queremos sobrevivir como pueblo.