Desde hace años, los artículos de Leyre Iglesias constituyen una lectura obligada para todos aquellos que quieran descender a los macabros detalles que caracterizaron la actividad criminal de la banda terrorista ETA. En sus últimas entregas, la periodista ha ofrecido una serie de documentos manuscritos que adquieren una enorme relevancia por haber salido, así lo aseguran algunos grafólogos, de las manos del hombre que constituye la gran esperanza blanca, un blanco no calcáreo, de la socialdemocracia española, que sueña con ver presidir a Arnaldo Otegui la Comunidad Autónoma Vasca, a la que prefieren llamar, tal es su sumisión araniana, Euskadi.
Una letra redondeada, alegórica del apodo —El Gordo— dado por sus compañeros de boina y capucha, dejó sobre el papel esta instrucción: «El tío estará en el capó, metido en un saco, esposado y con los ojos vendados, además de ello estará atontado pues le habrán suministrado 2 valium 5». Quien se hallaba retenido en la cajuela de aquel automóvil, al que Otegui llamaba capó, era un industrial de ignorada identidad en el que, probablemente, los etarras veían a un opresor de la clase obrera vasca, esa que, bajo veladuras indigenistas, querían preservar los seminaristas de Derio de los vientos castellanistas. Casi cuatro décadas después, en 2017, otro maletero cobró un enorme protagonismo. Si en aquel al que El Gordo se refería estaba encerrada la España opresora, el que sirvió para que Puigdemont, actual árbitro de la política española, se fugara, llevaba a una víctima de esa misma España, prisión de naciones, que los etarras trataban de destruir.
Ungido como hombre de paz por ese mismo Zapatero, principal impulsor de la Ley de Memoria Histórica, que hoy pide amnesia para los delitos cometidos por el maletérico Puigdemont y sus correligionarios, Otegui, viejo militante de ETA-PM que se mantuvo en la banda mientras otros renunciaban al terrorismo, califica ahora como «enemigos de la paz» a aquellos que no olvidan a ETA. Para seguir con vida, el mismo Frankenstein que fantasea con una eterna lucha contra un franquismo irredento exige desmemoria para con el pasado más inmediato.
Envalentonado por el incondicional apoyo de su socio prioritario, el PSOE, Otegui ha ido incluso más allá a propósito de la respuesta dada por Israel al ataque de los terroristas de Hamás. «No somos partidarios de utilizar rehenes civiles para hacer canjes de un tipo o de otro», ha manifestado el de Elgóibar, sin que a sus mejillas asome el rubor. Cabe recordar que civiles eran el funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, que permaneció 532 días secuestrado. También lo era el empresario Emiliano Revilla, que sufrió el cautiverio etarra durante 239 días, así como el doctor Julio Iglesias Puga, que estuvo 116 días retenido por la banda del hacha y la serpiente, hoy desactivada gracias a la legalización de HB-Bildu a la que sólo se opusieron UPyD y Vox. Arguyen los propagandistas progubernamentales que aquella medida evitó que continuara el derramamiento de sangre y, en efecto, así es. Hoy la sangre, tal y como predijo la madre de Joseba Pagazaurtundua, permanece helada.