Uno de los retos más importantes al que se enfrentan las naciones europeas es la profunda fractura que existe en su seno. Y no sólo son dos bandos, izquierda y derecha, como aquellas dos Españas tan recurrentes en nuestra cultura, sino que nuestras sociedades están divididas, fracturadas en muchas más facciones.
Hoy, por muchas causas, las divisiones se han convertido en facciones. Algunas de estas causas son la inmigración, las diferencias regionales y sociales o incluso la religión en algunos países. Lo insólito de España es que estas facciones se exacerban desde la clase política; digamos, desde las alturas.
El PSOE y su afán de poder ha llegado al paroxismo al enfrentar la España rural contra la urbana, las regiones entre ellas —el caso de Cataluña es paradigmático— e incluso dentro de ellas, hay provincias de la misma región enfrentadas al ¡poder autonómico central! De esta tendencia no se libran ni las víctimas del terrorismo, los heterosexuales contra el resto y muchos más etcéteras procedentes de la ecología, el veganismo, el animalismo y el resto del mundo woke.
El afán de dividir empieza con un ataque a las bases de nuestra cultura, entendida en su más amplio significado. Y así la izquierda plantea cuestiones que pueden parecer tan pintorescas como la historia sin cronología o las matemáticas de género. Y por supuesto, cualquier hecho o personaje de relevancia histórica es revisado desde la sensibilidad de la progresía de hoy. En este contexto, ni la Reconquista o la conquista de América, ni personajes como los Reyes Católicos o Colón aprueban el examen de los progres de hoy. En palabras muy recientes de Douglas Murray: “Hay muchas formas de fracturar a la gente. La más eficaz es la destruir todo lo que les une”. La estrategia es clara: hay que romper lo que nos une para crear un cuerpo social nuevo y fracturado… dividido en bolsas de votos.
El mensaje de la derecha basado en la libertad frente a la ingeniería social de la izquierda cala entre un electorado harto de divisiones
Pero los españoles ven muy artificial este tipo de divisiones. Las perciben como excesivamente politizadas y de poca sustancia pues es mucho más lo que nos une que los que nos separa pese a las embestidas progres. Algunos ven que el PSOE puede tener el destino fatal del PSF, que en la primera vuelta de las recientes elecciones presidenciales en Francia apenas consiguió un dos por ciento del voto. El PSF apostó por la fractura social en los distintos gobiernos que ha ejercido, y hoy los franceses no perciben a los socialistas como capaces de reconstruir su sociedad. Difícilmente lo hará quien apostó que sus éxitos electorales provendrían de la división y no de la unidad.
En España empieza a pasar lo mismo. Y de ahí los desastrosos resultados que ha tenido la izquierda en las elecciones autonómicas. Resultados que se pueden repetir en Andalucía que ha sido desde los inicios del régimen constitucional el principal granero de votos del PSOE. El mensaje de la derecha basado en la libertad frente a la ingeniería social de la izquierda cala entre un electorado harto de divisiones y que busca el objetivo común nacional desde el trabajo y el esfuerzo. Frente a tanta división artificial, vuelve la España que madruga y que quiere trabajar y vivir en paz.