«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Un espejo de nuestra España

18 de junio de 2014

Hace escasamente veinte minutos que Su Majestad El Rey ha sancionado la Ley Orgánica, cuya publicación en el Boletín Oficial de Estado esta media noche hará efectiva la abdicación del Soberano y la subida al trono, en ese mismo instante, del Príncipe de Asturias como Su Majestad El Rey Felipe VI.

El acto de abdicación con la lectura de los documentos oficiales y la sanción y refrendo de la Ley Orgánica por el Rey y el Primer Ministro Sr. Rajoy ha tenido lugar en el Salón de Columnas del Palacio Real de Madrid, con un tono digno, pero excesivamente sobrio para un momento trascendental. En la crujía central, de derecha a izquierda, la Reina, el Rey, el Príncipe de Asturias y la Princesa de Asturias. A su izquierda en tres filas de tres: la Infanta Leonor, la Infanta Sofía, la Infanta Elena; la Infanta Pilar, la Infanta Margarita, el Duque de Soria; la Infanta Alicia, el Infante Carlos, la Princesa Ana de Francia. Magnífica y oportuna escenificación de la unidad de toda la Familia Real, constitutiva de la Corona. A la izquierda, los Presidentes del Gobierno, Congreso de los Diputados, Senado, Tribunal Constitucional y Tribunal Supremo y CGPJ, con la inopinada presencia de la mujer del primer ministro, única consorte presente de entre los presidentes de las máximas magistraturas del Estado. Poco decorosa fue también la firma de la Ley Orgánica, con el Rey en pie, añadiéndosele el Primer Ministro en la misma posición, en una nueva puesta al día de las dinámicas representacionales de la Diarquía. Los caballeros fueron en traje oscuro con corbata –el Rey y el Príncipe lucieron en la solapa el Toisón de Oro–, las damas con vestido de cóctel. Emotivo fue el gesto del Rey de ceder su primitivo sitial al Príncipe de Asturias, o el beso de la Infanta Leonor y la Infanta Sofía a sus abuelos.

Entre los ciento sesenta invitados a este acto trascendente y de profunda intensidad emocional estaban los Ministros de la Corona, Presidentes de Comunidades Autónomas –no todos–, representantes de la patronal y los sindicatos, los tres antiguos primeros ministros, además de los oficiales de la Casa de SM El Rey.

Mucho se ha debatido sobre la dudosa oportunidad y auténticas raíces de esta abdicación, que el Rey llevó negando año tras año, fiel a la esencia y lógica de la institución, hasta su último mensaje de Navidad en el pasado mes de diciembre. No puede obviarse como núcleo original y originario el escandaloso caso Palma Arena, pésimamente gestionado por las Personas Reales responsables y los oficiales de su Casa, y lógicamente magnificado por la profunda crisis económica e institucional en que se encuentra España. La ausencia de un ejemplar y contundente apartamiento de la Infanta Cristina de la Familia Real Española y las torpes maniobras de ocultamiento, han vuelto a demostrar el desasistimiento del Gobierno de la Nación y el pésimo nivel curricular de los oficiales de la Casa del Rey, o como mínimo su incapacidad para persuadir a las Reales Personas en pos de políticas sensatas y constructivas. Al socaire, medios republicanos, confesos o no, sacaron partido de un caso tan grave como aislado, para desmesurar los efectos del viaje a Bostwana, una eventual relación extramarital del Rey, presuntos turbios negocios, nunca demostrados y siempre aireaos, el accidente de Felipe de Marichalar y, como colofón el estado médico del Soberano, que fue groseramente exagerado y comentado en términos de incapacidad, y que habiéndolo limitado durante meses, acabó saldándose en una perfecta recuperación. La convergencia del republicanismo rampante con una muy contemporánea sobrevaloración de la juventud consiguieron ir creando un ambiente psicológico colectivo donde la abdicación se veía no sólo como una necesidad ante una inexistente incapacidad del Soberano, sino también, la más espuria y falaz, como el único medio de asegurar la Monarquía. No sólo se obvió de forma generalizada cuál es la naturaleza hereditaria y vitalicia de la Institución, ni las décadas, a veces muy duras, de servicio del Rey a España, ni su inmenso capital experimental, relacional y representacional. También se obvió que la Reina del Reino Unido y el Presidente de la República Italiana tienen ochenta y ocho años, el Presidente de Israel noventa y el Emperador de Japón ochenta.

Intenciones claramente antisistema, falta de coherencia y pulcritud informativa, extrapolaciones fuera de contexto, toxicidad mediática, junto con consejos letales de pésimos asesores de identidad desconocida –de larga tradición en nuestra Monarquía– han creado en el ánimo de un Rey leal y generoso la impresión de que la abdicación reforzaba la Monarquía de España, impresión que los resultados de las elecciones europeas y la consecuente vacancia en la secretaría general del Psoe seguramente aceleraron.

De nuevo, Su Majestad El Rey ha dado una lección de su responsabilidad, generosidad y amor por España, pero puede que este acto no haya sido conveniente para la institución, con la explosión subsecuente de esa gran minoría republicana, y con el legado de un panorama extraordinariamente complejo y problemático a un heredero de reputación impoluta. No es objeto de estas reflexiones poner en duda la calidad y cualificaciones del Príncipe de Asturias, quien para el académico y estudioso que esto escribe, parece mostrar todas las cualidades y rasgos para convertirse en un gran Soberano.

Se ciernen empero sobre la Institución el peso de una cesura antitradicional, y que erosiona la identidad de la Institución, que opera en un momento en que el Rey Juan Carlos estaba recuperando, poco a poco, buena parte de su perdida popularidad, un año antes de lo que hubiera sido un deseado Jubileo de Rubí, con sus cuarenta años de reinado. Comentaremos las negligentes disposiciones adoptadas sobre las futuras precedencias del Rey y la Reina, los urgentes trámites para su aforamiento, los reajustes que se impondrán en las finanzas y estructura de la Casa de SM El Rey, o el hecho de que salvando a los monarcas padres, la Familia Real vaya a quedar reducida a tan solo dos personas adultas, dado el disparatado apartamiento de la Infanta Elena, como previamente se hizo estúpidamente con sus tías, la Infanta Pilar y la Infanta Margarita.

En este momento de crisis económica e institucional, esta abdicación, que tiene mucho de patético, saca por la puerta trasera a uno de los mejores y más abnegados Reyes de la Historia de España, poniendo bien de manifiesto dos tristes constantes de ese vago concepto de carácter nacional: la falta de memoria y la ingratitud.

En estas últimas tristes horas de un glorioso reinado en democracia, sólo cabe dirigirse a nuestro Soberano para decirle en alta y firme voz: “Gracias, Sire”. “Dios salve a Vuestra Majestad”.

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