Mientras el fuego cruzado entre Israel y Líbano irrumpe en el escenario internacional como la mayor amenaza a la paz de las últimas décadas, en otro continente el mundo es espectador de una elección presidencial clave próxima a producirse. La definición entre el republicano Donald Trump o la demócrata Kamala Harris no es una contienda cualquiera e involucra mucho más que el destino de los Estados Unidos de los próximos cuatro años. No obstante su trascendencia, parecen menospreciarse las implicancias que supone uno u otro resultado. Muchos analistas afirman que, la torpeza y el desmanejo de las relaciones internacionales de la dupla Biden-Harris durante su presente mandato, desencadenó el actual estado de beligerancia general.
Mientras tanto, Rusia aprovecha y pretende instalar que el derrotero de complicación que lleva este conflicto es la demostración del fracaso de la hegemonía americana en Medio Oriente, porque Vladimir Putin insiste con desgastar el protagonismo americano. Si bien esa aseveración es una falacia, la política exterior errática de la administración Biden ha permitido que las disputas y rivalidades continuaran en aumento.
Es oportuno recordar que, durante la presidencia de Donald Trump, no solamente no se inició ninguna guerra, sino que se obtuvieron importantes avances en el sentido de morigerar históricas contiendas internacionales. Por eso es dable suponer que el republicano hubiese impedido que el presente conflicto llegara a los inquietantes términos en los que se desarrolla por estos días. Y por eso también es importante relacionar las próximas elecciones en Estados Unidos con el devenir de los acontecimientos en Medio Oriente.
La República Argentina, respondiendo a la decisión geopolítica asumida por la administración Milei en claro alineamiento con Israel, ha condenado el ataque de Irán sobre la población civil israelí, reclamó el inmediato cese de las hostilidades y ha reivindicado el derecho de Israel a la legítima defensa.
Las fuerzas israelíes y los terroristas de Hezbollah, respaldados por Irán, se han enfrentado en el sur de Líbano después de que Irán lanzara, el martes pasado, su mayor ataque contra Israel. Se trató de 200 misiles balísticos dirigidos sobre Tel Aviv y otras localidades israelíes, que la cúpula de hierro logró neutralizar. Ocho soldados israelíes murieron en los enfrentamientos. Se desconocen las bajas iraníes dado que las autoridades de ese país no brindan información alguna. Israel posee una decidida superioridad tecnológica en el aire y la está haciendo valer.
El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, le aconsejó tomar una respuesta «proporcional» al bombardeo de misiles balísticos iraníes de la última semana, expresando su oposición a un posible ataque a los sitios nucleares de Irán con la esperanza de evitar que el conflicto que estalló en la región se amplíe aún más. En estos casos, nunca es clara la noción de «proporcionalidad»; sin embargo, es la que se intenta recomendar al país que se defiende de un ataque externo desde hace exactamente un año.
Es difícil creer que, en este sentido, haya coincidencia de criterio con el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, particularmente cuando su posición política parece haberse fortalecido tras los esfuerzos exitosos para degradar a Hezbollah en el Líbano. Sus detractores interpretan que el primer ministro israelí está evitando el llamado a elecciones aunque cierto es que no están dadas las condiciones para organizar una jornada electoral en el momento que atraviesa el país. Además, la decisión de Netanyahu de exterminar de manera definitiva la amenaza terrorista sobre Israel luce innegociable. Por su parte Hezbollah está exponiendo su verdadero posicionamiento político en tanto funciona como un estado dentro del Líbano, mientras Irán ha amenazado con colapsar el estrecho de Ormuz. El panorama es de extrema conflictividad.
Las fuerzas israelíes atacaron el jueves un «túnel subterráneo» en la frontera sirio-libanesa para impedir el contrabando de armas a los territorios libaneses, mientras que un ataque aéreo cerca del principal paso fronterizo entre Líbano y Siria interrumpió el tráfico en ambas direcciones.
Además, las fuerzas israelíes confirmaron haber matado el jueves por la tarde al jefe de la unidad de comunicaciones de Hezbollah en ataques sobre el sur de Beirut. El portavoz árabe de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) dijo que Mohammad Rashid Skaafi dirigía las comunicaciones del grupo desde el año 2000. Esta baja se suma a la del líder máximo del grupo terrorista, ocurrida hace una semana.
Está en juego la paz y especular con la posibilidad de la generalización de un conflicto con alcance impredecible no es una exageración. Hoy, Estados Unidos juega un papel tibio y deslucido en esta trama crítica; no está a la altura de lo que se necesita de la primera potencia del mundo. Joe Biden y Kamala Harris han reducido su papel a meros observadores de una realidad en la que debieran haberse involucrado de manera proactiva. Desdibujan a su país, apenas manifestando creciente preocupación ante las tensiones, que se han intensificado. Los acuerdos de alto el fuego que intentaron impulsar tanto en Gaza como a lo largo de la frontera entre Israel y el Líbano han sido infructuosos.
El expresidente y candidato republicano Donald Trump, por su parte, calificó a ambos de «incompetentes» luego del ataque de Irán contra Israel e insistió en que si gana la elección del próximo 5 de noviembre, traerá la paz al mundo. Sus declaraciones podrán considerarse en el marco de la campaña presidencial, pero sin duda es crucial reconocer los antecedentes de ambos candidatos: de Kamala Harris no se obtendrá más que la continuidad de lo actuado hasta el presente, mientras que Trump se erige como una oportunidad concreta de revertir el proceso de conflictividad que está encaminado a profundizarse.