«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.
Iván Vélez (Cuenca, España, 1972). Arquitecto e investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Autor, entre otros, de los libros: Sobre la Leyenda Negra, El mito de Cortés, La conquista de México, Nuestro hombre en la CIA y Torquemada. El gran inquisidor. Además de publicar artículos en la prensa española y en revistas especializadas, ha participado en congresos de Filosofía e Historia.

ETA: cuestión de tiempo

15 de mayo de 2023

Que un puñado de etarras, muchos de ellos con delitos de sangre, pero no sólo, acabaran formando parte de las candidaturas de EHBildu era tan solo cuestión de tiempo. Como es sabido, mientras firmaba pactos antiterroristas con el Partido Popular, ZP andaba en tratos con las gentes del hacha y la serpiente, y Pedro Sánchez no es sino un alumno aventajado de quien en su día fue llamado Bambi. Por otro lado, no ha de olvidarse que el PSOE renovado que se abrió paso en la Platajunta gracias a labor cohesionadora de aquel formalista apellidado García-Trevijano, bebía los vientos por ensimismadas y metafísicas ideas como la de la autodeterminación que, con tanta habilidad, han manejado las sectas vasquistas durante el último medio siglo. Identificando secesionistas con vascos, los socialistas entregaron todo el poder a estos, abismados ante el mito cultural vascongado recubierto por una capa de barniz marxistoide, la aplicada por los Txillardegi, Letamendia y compañía, enredados en bizantinos debates acerca de la clase obrera y la nación de los que salieron afirmaciones como esta del dirigente etarra Patxi Iturrioz:

«Nuestra posición era de lucha contra el Estado, esa especie de pulpo que por todas partes chupa el pueblo vasco, pero que también chupa y tanto o más, a los demás pueblos hispanos; sosteníamos que de los impuestos que paga el pueblo trabajador vasco no se beneficia los pueblos castellanos, extremeño, etc». (Clase obrera, marxismo y cuestión nacional en Euskadi, VV. AA., Ed. Templando el Acero 2022).

Aquellas palabras de Iturrioz, que supo ver la continuidad entre raza y lengua, le valieron un anatema, el mismo que se aplicó a quienes manejaban tesis insuficientemente xenófobas, del que se repuso pasando al MCE primero, y a Euskadiko Eskerra, después. Sin embargo, en ellas se hallan algunas claves de lo ocurrido en relación a la banda terrorista de la que el propio Iturrioz dijo que era una «organización armada en la que un importante sector popular ha visto reflejados sus ideales». Votado hoy por muchos hijos de esos maketos tan denostados desde el mundo de las esencias vascas, EHBildu, que lleva en su seno y en sus listas algo más que el huevo de la serpiente, continúa experimentando un crecimiento que amenaza la hegemonía del PNV, hasta el punto de que el partido tempranamente vizcaitarra, con el fin de competir en ese nuevo mercado repleto de nombres aranianos y apellidos difícilmente encajables en la ortografía batúa, ha abrazado ideas que causarían espanto a su fundador.

En ese contexto de cuasi nivelación entre las dos marcas hermanadas en origen, pues no ha de olvidarse que ETA nace de una juvenil escisión peneuvista, el PSOE hace sus cálculos y aplica cal viva al recuerdo de sus militantes asesinados por la banda terrorista. Son otros tiempos, los de un sanchismo capaz de pactar con cualquiera para mantenerse en el poder, aunque el precio sea desmantelar una nación en la que no cree, pues entre la aldea y Europa está la nada, una nada a la que el Partido Popular tan solo aspira a aplicar las recetas aprendidas en las escuelas de negocios. En una España cuyos máximos dirigentes han repetido durante décadas el latiguillo de que «todas las ideas pueden defenderse en democracia», era cuestión de tiempo que quienes, con sus manos manchadas de sangre, pretenden, jactanciosos y consentidos, destruir la nación cuyas instituciones parasitan, abandonaran los lóbregos zulos para pisar las mullidas moquetas instaladas por el bipartidismo.

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