Europa es un sonámbulo que camina hacia el precipicio, un anciano decrépito sin fuerzas para levantarse y asomarse a una realidad que le devora, por eso mira hacia otro lado. La resaca de la Nochevieja nos recuerda que el progreso eran calles ardiendo y mujeres violadas por turbas africanas mientras los medios las ocultan y presentan a Jenni Hermoso como icono de la violencia machista.
El despertar de la fiesta, siempre tan inoportuno, saca a la superficie las costuras de un continente secuestrado por el mito progresista y condenado a renunciar a su identidad, o sea, a su futuro. Milán, París, Burdeos, Berlín, Bruselas y Ámsterdam emulan la madrugada del 1 de enero de 2016 en Colonia, cuando casi un millar de alemanas fueron asaltadas por refugiados sirios. Entonces la prensa silenció las agresiones sexuales y, destapado el escándalo, la izquierda resolvió la colisión entre dos de sus banderas clásicas (mujer/extranjero) tomando partido por la segunda. La propia alcaldesa Henriette Reker dio una pista del futuro que nos aguardaba al pedir a las jóvenes alemanas que cuidaran su manera de vestir. Nada de provocar al refugiado.
En Francia la racaille saluda el año nuevo arrasando las calles que sabe suyas. El ministro del Interior califica de «noche tranquila» los 745 vehículos quemados, 389 detenidos y 40 policías heridos en todo el país. Y quizá tenga razón viendo los antecedentes de Charlie Hebdo (12 asesinados), Bataclán (130) y Niza (86) o el más reciente, el de Thomas, un joven de 16 años asesinado en Crépol por una banda de origen magrebí que quería «matar blancos».
En 2020 Simone Barretto Silva fue asesinada a cuchilladas durante una misa en la Basílica de Notre Dame de Niza por un yihadista tunecino que llegó a Francia a través de Lampedusa. Su sacrificio pasó desapercibido a pesar de ser mujer y negra, factores que en otras circunstancias suscitan el respaldo unánime del sistema. Simone era católica y eso es un problema, así que el alcalde de Niza decretó el cierre de las iglesias. Para no provocar, como en Colonia.
Por más que disimulemos, Europa se parece más a la agonía del imperio romano —corrompido por dentro antes de la llegada de los bárbaros— que a la imagen idílica del concierto de año nuevo en Viena, un espejismo que evoca tiempos mejores a los que las élites no pretenden llevarnos. La Europa real, la que habla de los problemas cotidianos con la claridad de quien lo hace en la barra del bar, es apartada de la agenda mediática y siente cada vez una mayor distancia con la clase política.
Ningún lugar como Francia para tomar la temperatura: Macron ha aprobado la nueva ley de inmigración que exige a los recién llegados cinco años de residencia —en lugar de seis meses— para recibir ayudas sociales, expulsa del país a quienes tengan doble nacionalidad y cometan un delito y dificulta que los hijos de inmigrantes se conviertan automáticamente en franceses. Marine Le Pen, que apoyó la medida, se pone la medalla: es una victoria ideológica incontestable. Sí, pero quién sabe si ya es tarde y anochece, como dice el cardenal Sarah, de los pocos que hablan claro en la Iglesia. Sarah, africano de Guinea, no sólo conoce el islam en su versión teórica, por eso califica el islamismo como «un fanatismo monstruoso que debe combatirse con fuerza y determinación».
Es verdad que España va unas décadas por detrás, pero en los últimos tiempos hemos corregido nuestro atraso histórico con la Europa fetén y al fin nos sacudimos el complejo de que el continente civilizado empieza en los Pirineos. Nuestra bruselización avanza adecuadamente en los últimos días: bandas latinas se cosen a navajazos en el metro de Madrid; el centro de menas de Hortaleza es incendiado tras una reyerta entre magrebíes y subsaharianos; detenido en Valencia un argelino en situación irregular por violar a una mujer e intentar estrangularla; pelea masiva entre clanes marroquíes a la salida de una discoteca de Barcelona; detenido un marroquí en Palma de Mallorca por dar una paliza a dos hombres para robarles.
Hay más. El mes pasado el estreno de las luces navideñas en la Puerta del Sol dio paso a una pelea a machetazos entre bandas latinas.
Como diría Tom Wolfe sobre Miami, en el paraíso multicultural «todo el mundo odia a todo el mundo».