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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿Está Europa condenada?

16 de diciembre de 2016

Esta semana se cumplen 25 años de la desaparición de la Unión Soviética. A la caída del muro de Berlín en 1989 y la posterior descomposición del bloque soviético, le siguió la fragmentación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y su final reconversión en las Comunidades de Estados Independientes en la que Rusia jugaría el rol predominante. Por aquel entonces Europa era una fiesta en la que se hablaba del «final de la Historia» y se jugaba a reconvertir las bases militares en campos de golf para los yuppies. Se hablaba de un continente unido y se avanzaba hacia una nunca antes conocida integración de los miembros de la UE, dotándose incluso de una moneda única, el euro. Pero los sueños, sueños son. Y ni el final de la URSS trajo la paz al continente, ni la UE ha conseguido darnos el paraíso terrenal que crecíamos que nos merecíamos.

Es más, lo que fue un canto a la libertad ha acabado por convertirse en una Europa cínica que siempre tiende a anteponer las ganancias materiales a sus propios ideales. No hay otra explicación al cambio de política respecto a Cuba, propiciada por el gobierno español del PP, y que básicamente supone renunciar a impulsar una transición democrática en la Isla de los Castro, y abandonar a su suerte a la oposición y al pueblo cubano por un plato de lentejas. En boca de uno de nuestros dirigentes: «no podríamos consentir que Francia nos desplazaría comercialmente de Cuba». Desgraciadamente Cuba no es un país cualquiera. Como tampoco es un país normal. Es uno de esos pocos sitios -aparte de las Facultades de Ciencias Políticas- donde pervive aún el comunismo, donde se encarcela por sostener ideas distintas a las de su totalitario régimen, donde se condena a sus ciudadanos a perder la moral para poder subsistir y donde los negocios de los extranjeros se aprueban en función de las ganancias de la Nomenklatura. Porque conviene recordar que antes de la casta, fue Mijail Volenski quien popularizó la definición de la casta soviética bajo ese término en uno de esos panfletos que corrían por la URSS a comienzos de los años 70. Luego escribiría un libro tras escapar de la URSS, con traducción al castellano en los años 80, motivo por el que tuve el privilegio de conocerle personalmente. Pero esa es otra historia.

La supeditación de los valores democráticos a los intereses comerciales también se ha plasmado en otras decisiones del ejecutivo de Mariano Rajoy, especialmente de la mano de su anterior ministro de exteriores, para quien todo se reducía a Marca España y negocios. Así se explica la carrera por entrar en el mercado iraní, por ejemplo. Un régimen, como el de los ayatolas, que siguen colgando de grúas a los homosexuales y que sigue ejecutando a sus condenados a un ritmo de uno cada 72 minutos. Por no hablar de la presencia desestabilizadora y sectaria en países como Irak o Siria, donde sus soldados y guerrilleros luchan para apuntalar al carnicero de damasco, Bashir el Assad. Un régimen que paga programas de televisión a los anti-occidentales y antisistemas, españoles, europeos y latinoamericanos. Pero al que ahora se consiente todo en aras a colocarse comercialmente en la línea de salida.

Cuando uno está dispuesto a perder el alma por un contrato, se está condenando a no creer en nada más que en sí mismo y sus disfrutes materiales. Lo sorprende en que los ilustres europeístas no hayan sido conscientes del peligro de su propia lógica. No es posible construir una identidad europea sobre el asesinato de las identidades nacionales, ni es posible generar valores europeos sobre la base de que lo material es lo único que vale.

Dos eran los pilares sobre los que se ha querido construir Europa tras la Segunda Guerra Mundial: paz y prosperidad perpetua para sus ciudadanos. Y ambos han quedado en entredicho en los últimos años. La prosperidad en tanto que perspectiva de una vida progresivamente mejor para nosotros y para nuestros descendientes, se ha hecho añicos con la crisis, gran depresión o como quiera llamársela. Pero es indiscutible que los salarios hoy están por debajo de lo se ganaba hace 7 u 8 años, que el empleo es precario y que las perspectivas de nuestros hijos, por primera vez en décadas, no son mejores que las nuestras. Lo único que han sabido hacer los líderes de Europa ha sido poner parches y bunquerizar los intereses del aparato de Estado. Sobre o contra los ciudadanos, en especial las clases medias. Basta con mirar las políticas fiscales.

En segundo lugar, la paz. En términos de guerras fratricidas es cierto que, de momento, el Viejo Continente parece escaldado, y para bien. Cuando ha habido que ir a la guerra, los ejércitos ya eran profesionales, y los conflictos se libraban por cuestiones que no eran de vida o muerte para la nación, sino para ayudar a otros. Eran, como suele decirse ahora, «guerras de elección». Y aunque algunas guerras tendían más sentido que otras, la percepción generalizada entre nosotros es que a España no se le había perdido nada en ellas. Y muchos europeos compartían ese mismo sentimiento de las participaciones en operaciones en el exterior de sus fuerzas armadas.

Ahora bien, si a la paz añadimos la palabra seguridad, la cosa cambia. Y radicalmente. Es verdad que nos hemos acostumbrado a la atrocidad del mes perpetrada por jihadistas en suelo europeo, desde el 11M a Bataclán, Bruselas o Niza. Pero cuando la seguridad personal se ve amenazada, las personas reaccionan. Por ejemplo, puede que muchos consideren al terrorismo como al tiempo, una fuerza de la naturaleza imposible de controlar. Pero casi nadie cree que los miles de crímenes y abusos sexuales cometidos por «refugiados» venidos a Europa en los dos últimos años, tengan que aceptarse como algo inevitable. De hecho, es fácil dar con el culpable último: una Europa cuyos dirigentes han elegido una política de puertas abiertas, movidos por un falso sentimiento de solidaridad y una gran dosis de buenismo, sobre los intereses directos de millones de sus ciudadanos. Que Estocolmo sea hoy la capital de la violaciones, es un capricho de sus dirigentes políticos. Y un peligro real para las suecas. Honestamente, quien tanto se opone y muchas contra las agresiones sexistas, son los mismo que están dispuestos a mirar para otro lado cundo el agresor es un «joven» refugiado de 26 años que ha violado a una niña de 14. Fenómenos como cristianizar los nombres de los criminales musulmanes para evitar reacciones de odio o racistas, son un grave error. Suicida, de hecho.

La reciente condena de Geert Wilders, el político holandés que se atrevió a decir que Holanda necesitaba «menos marroquíes», no es un atentado contra la libertad de expresión, es la negación de la realidad. Afortunadamente algo está cambiando en Europa. Tras su condena, Wilders ha ganado en apoyos populares y puede que llegue a convertirse en la fuerza capaz de formar gobierno. Los europeos se están cansando de lo políticamente correcto y están apostando por líderes que hablan su mismo lenguaje y que no se cortan a la hora de decir lo que piensan. No es otra cosa el fenómeno de la Alt-right o derecha alternativa y la grave crisis que amenaza a los partidos tradicionales y que lleva a experimentos imposibles como querer revivir el bipartidismo PP-PSOE. Muchos preferiríamos ver su fusión a seguir viendo un espectáculo de falsedades.

El problema último es saber si esta nueva derecha, basada sobre todo en la identidad judeo-cristiana occidental, llegará a tiempo de provocar un cambio real o si sólo será testigo de un lento languidecer. A corto plazo sólo el escenario de una victoria de Marie Le Pen en Francia, un elemento central del destino de Europa, podría acelerar la catarsis, pero habida cuenta del sistema electoral galo, no parece que 2017 vaya a ser su año. Habrá que esperar a 2022. La UE puede saltar por lo aires, no obstante, por otras muchas causas, incluida una guerra de divisas que, hoy por hoy, no es una locura. Pero una Europa de despojos posiblemente no permitiera un liderazgo como el que se requiere para hacer frente a su peor fantasma: hundido el comunismo, es la islamización la principal amenaza. Lamentablemente, para hacerle frente se necesitan más niños cristianos en Europa. un continente donde hoy ni se hacen suficientes niños, ni a los pocos que se hacen se les educa en los valores que han dado forma a nuestra civilización.

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