Dijo el ministro de Justicia que su reforma de la ley del aborto llegaría en verano, y que el verano todavía no se ha acabado. Ahora sólo le queda un viernes, y el ministro sospecha que entre Arriola y la vice le están preparando un zas en toda la boca, sin dejarle más opción musical que el tango de adiós muchachos compañeros de mi vida. Como el otro gallego, Rajoy ni está ni se le espera, así que Gallardón sufre el galleguismo en silencio. Cada vez que desde el partido se criticaba su intención de derogar la ley Aído, el presidente le aseguraba que no hiciera caso, que el proyecto saldría adelante. Pero el ministro de Justicia ya sospecha que el presidente le decía lo mismo a los críticos, y que se fumaba un puro mientras alimentaba el enésimo choque de trenes de su legislatura. Hay quien afirma que la clave de la supervivencia política de Rajoy reside en su habilidad para conseguir que sus rivales se devoren entre sí. Desde luego, su capacidad para cumplir promesas electorales no es.
El pasado viernes la vicepresidenta Soraya Iznogud -se le nota tanto que quiere ser califa en lugar del califa- apareció tras el consejo de ministros escoltada por Ana Mato, quien iba anunciar otro plan de ayuda a la familia, que traducido al español significa que reagrupa ayudas que ya existían, suprime otras, no dedica un euro más y, en fin, perpetúa la realidad que coloca a nuestro país a la cabeza de la discriminación a lo familiar. Entre líneas muchos leyeron que el anteproyecto de Gallardón acababa de sepultarse, porque su ley debería ir acompañada de un verdadero plan de ayuda a la mujer gestante, que ya parece imposible después de los anuncios vacíos de la ministra de Sanidad.
Lo cierto es que hace tiempo que Ana Mato perdió esa sonrisa profiden con la que conquistaba a las nuevas generaciones del partido, cuando el vuelo de su melena rubia -peinada con patrón de colegio de monjas- estaba presente en los sueños de todos los adolescentes seducidos por el aznarismo. Era otro siglo. El viernes mostraba un gesto adusto, antipático, revelador en exceso de su frustración por no saber adecuarse a los nuevos tiempos, nada que ver con los dientes de Soraya, que parecía la Pantoja. Mato ha derivado desde esa chica alegre y faldicorta de los noventa a un clon defectuoso de Bibiana Aido, y es una pena. En la no sonrisa de Ana Mato puede que también influyera la intención sorayina y arriolesca de aparcar la reforma de Gallardón. A Bibiana aquello no le importaba, para ella el aborto es otra casilla de la Pirámide del Amor, pero para doña Ana no debe ser fácil, entre otras cosas porque calificó la ley Aído – la que ella mantiene- como un esperpento, recorriendo unos cuantos kilómetros en marchas provida. Y en esto no es la única de su gobierno. También Fernández Díaz, o Guindos, o Montoro podrían decir que ellos no están cómodos manteniendo la ley de Zapatero, antes de reforzar con su silencio una lógica terrorífica: Bibiana Aído defendía que el feto era un ser vivo pero no un ser humano, una necedad grande como la Giralda, pero el caso es que la ideología no permite pensar. Sin embargo, los ministros de este gobierno conocen perfectamente la realidad del aborto, el mal que produce en las mujeres y la realidad de la vida que se suprime. Y, conociéndolo, parece que prefieren ignorarlo porque un sociólogo susurrante -y su mujer a berridos- dicen que les perjudica electoralmente. Dicho de forma más ruda: PP y PSOE mantienen idéntica ley del aborto, pero los socialistas lo hacen cegados por su ideología -creen que es bueno-, mientras que los peperos -a pesar de considerarla una aberración- la consienten por cálculos electorales. Extraño silogismo que lleva a la inevitable conclusión de que Bibiana Aído es moralmente muy superior a Mariano, Soraya y Mato. Bueno, ya no nos extrañamos de nada.