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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La falacia multiculturalista

12 de noviembre de 2015

Desde los años 90 la antropología ha dedicado numerosos empeños en la conciliación entre el relativismo y el respaldo a los derechos humanos. Después de los atentados del Al-Qaeda en 2001, el crítico William Benneth afirmó que el relativismo: “ implica que carecemos de base para juzgar a otros pueblos y culturas”; lo que nos llevaría a que no existiría ninguna base para hablar de “el bien” o “el mal”. Ante este relativismo han sucumbido los partidos que se autodenominan progresistas, que a la vez que reclaman de forma dogmática derechos como la vivienda, caen en un buenismo pernicioso ante el fenómeno migratorio que evita solucionar los problemas de integración en los países occidentales y se lavan las manos, como Poncio Pilato, ante la vulneración de los derechos apoyándose en el argumento multicultural.

 

Como indicó acertadamente Alison Dundes, la tolerancia no mantiene una conexión necesaria con el relativismo. El hecho de exigir el respeto a una serie de normas y a los derechos reconocidos en nuestra Carta Magna, que conforman el Estado de Derecho, no supone en ningún momento intolerancia. Precisamente, el buenismo que promueve la aparentemente contradictoria “discriminación positiva”, relaciona como variables directamente proporcionales la tolerancia con dar privilegios a los inmigrantes, lo que vulnera el principio de igualdad (art.11CE). Un claro ejemplo lo vimos en Badalona, donde el entonces alcalde García Albiol decretó cerrar un centro de la comunidad musulmana por no respetar la normativa municipal. Esto llevó a esta comunidad a denunciar al alcalde con el beneplácito de la oposición municipal. ¿En qué país se ha visto que se privilegie, prevaleciendo los derechos de los inmigrantes por encima de los derechos de los nacionales?

En las grandes ciudades tenemos problemas de convivencia que el multiculturalismo y el relativismo no quieren afrontar. Es el caso de la competencia desleal que se produce entre los comercios tradicionales y los comercios de inmigrantes, siendo los primeros desplazados por los segundos. Muchos comerciantes denuncian que se produce una competencia desleal y que no existe firmeza a la hora de hacer cumplir las ordenanzas municipales en kebabs y locutorios. Hacen lo que quieren con los horarios comerciales, las licencias, los escaparates, etc. ante la indefensión de los comerciantes tradicionales que cumplen religiosamente sus obligaciones. Visto este diagnóstico, compartido mayoritariamente por la población, la respuesta de algunos partidos es tildar de xenófobos a los portadores de malas noticias, pero en ningún momento han propuesto ninguna solución.

“Crítico en casa y conformista fuera”. Esta frase, pronunciada por Lévi-Strauss ya en el año 1972 y perfectamente aplicable hoy en día, resume a la perfección la contracción de los “buenistas multiculturalistas”, al someter a las instituciones y prácticas occidentales a críticas que hubieran considerado intolerables de haberse tratado de pueblos no occidentales. Otro aspecto conflictivo es la colisión entre el islamismo y la tradición occidental en materia de los derechos de la mujer. Ante la imposición del burka y los sermones de algunos imanes claramente discriminatorios, la actitud de la izquierda no solamente ha sido de silencio, sino hasta de autocomplacencia. Después de una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, según el cual prohibir el uso del velo integral «no vulnera el derecho al respeto de la vida privada y familiar, ni a la libertad de pensamiento, conciencia y religión», en ayuntamientos como el de Reus se presentaron mociones para prohibir el burka y el niqab en las calles. Los motivos, perfectamente razonables, eran para garantizar la seguridad y evitar una limitación de la libertad personal de las mujeres, siendo tachado por esto de populista y de extrema derecha por algunos ediles municipales.

Uno de los grandes enemigos del relativismo es el cristianismo, que no secunda sus propuestas materialistas y propone una alternativa basada en la creencia en unos valores absolutos como la defensa innegociable de la dignidad humana, que van más allá de temporalidades o consensos sociales. En nombre de una falsa libertad y ejerciendo una tolerancia negativa, se ha procedido a la quita inquisicional de la simbología religiosa en los espacios públicos. Incluso, como informaba recientemente este mismo diario, se han escondido los crucifijos de las iglesias alemanas que acojen a refugiados con tal de ofender a nuestros prójimos que profesan el Islam.

 

Las interacciones entre sistemas culturales tienen efectos complejos. Siempre deben producirse mediante el respeto, lo que lleva al enriquecimiento mutuo. Pero hay unas barreras infranqueables que son el respeto a los derechos humanos y las normas, necesarias para garantizar la convivencia, que nosotros mismos nos hemos prescrito. Esta realidad descrita, y palpable en nuestro día a día, ya es compartida por una abrumadora mayoría y cada vez se está volviendo más insostenible sostener la retórica buenista, que se verá obligada a retroceder o a ser presa de propia hemeroteca.

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