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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Farsa en el Estado

2 de agosto de 2013

Lo mejor: un presidente ha reconocido que se equivocó. Novedad histórica en España. ¿Reconocieron un solo error Zapatero, Aznar o González? Sólo Felipe admitió tácitamente, y fuera de focos, la X del GAL en una entrevista-masaje de Juan José Millas. ZP no mencionó la bicha (“crisis”), Rajoy lo ha hecho (“Bárcenas”). A la fuerza ahorcan, dirán algunos, también cuando una España en ruina estaba siendo intervenida por Bruselas y ZP ni por esas. El de Rajoy, imitando a los mandatarios norteamericanos (con o sin becaria), es un gesto que les honra: admitir el error y que fue engañado es un puntazo en un bosque de manos chamuscadas por ponerlas en el fuego.

Lo peor: Rajoy ha tratado de identificar a su persona con España y las posibilidades de recuperación económica. Otro viejo truco del que echaba mano González cuando estaba contra las cuerdas: si me tocáis las narices –venía a decir– esto se cae. Aprés moi, la déluge. En cuanto se ven pillados se ponen modo Louis XVI y amenazan con el diluvio. Muy feo, eso de coger a seis millones de parados y tomarlos como rehenes. Si ahora me tiráis de la manta con el Barcenagate, la confianza que trabajosamente hemos tratado de recuperar se viene a pique. Era la tentación que acechaba a Rajoy cuando fue a dar a explicaciones al Senado y ha sucumbido a ella. Es verdad que “el crédito se logra con una imagen de estabilidad y solvencia”, pero nada socava más ese crédito que el silencio de un presidente que ha tardado semanas en salir del plasma y hacerse carne mortal: no tiene más que ver la prensa internacional. Y que no nos salga con los malvados rotativos, que nos recuerda a aquello de los malvados mercados de Zapatero.

La farsa: con todo, Rajoy dio en el clavo sobre el alcance de su comparecencia: “es imposible que yo pueda satisfacer a quienes proclaman de antemano que mis explicaciones “no coinciden con la verdad”. Sin luz y taquígrafos no hay democracia, pero esta deviene en farsa cuando a la oposición no le interesa conocer la verdad sino machacar al adversario.

Ni a Rubalcaba, ni tampoco a los demás partidos –todos conchabados en ese gigantesco tongo que es el Sistema–, comenzando por Duran Tres por ciento Lleida. Ni, por supuesto, el propio PP, deseoso de pillar vacaciones y que el tema escampe.

Lo más inquietante es que conocer la verdad tampoco interesa a otras instituciones, incluida una parte de los jueces, capaces de llegar a vergonzosos apaños para librar a los políticos de la cárcel, aún reconociendo el delito. Y el ciudadano, a callar.

Lo dijo el profeta hace décadas: los políticos no necesitarán ejercer coerción alguna sobre la población porque ésta amará la servidumbre. El profeta era Aldous Huxley, en Un mundo feliz. Claro que eso sólo pasa en las novelas. Qué alivio.

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