La deriva autonómica hace pensar a veces en el cantonalismo de la Primera República. Queda así reducida al absurdo y en parte se le quita importancia, como si el proceso fuera acabar en humorada sin consecuencias. Otras veces, menos, el autonomismo del 78 hace pensar en el caciquismo de la Restauración. Hay un turnismo evidente, PP-PSOE, pero además un consenso más allá del turnismo que engloba a los poderes regionales, auténticos cacicatos en un sistema conjunto de mantenimiento de redes clientelares con dinero público. Un caciquismo distinto: legal, presupuestado, publicado en el BOE.
Este nuevo caciquismo ya no tiene enfrente a tonantes regeneracionistas como Joaquín Costa, sino a muy pocas personas, aisladas y digitalizadas. Entre ellas Javier Torrox, periodista y español demócrata real, y por demócrata nacionalista. Digámoslo así: nacionalista. No como inflamación de la glándula patriótica, que a Torrox no se le ven casticismos de tertuliano, sino como preocupación por la nación como concepto político.
Torrox acaba de publicar un luminoso libro titulado ‘Federalismo cacique’ en el que denuncia la evolución del régimen del 78 hacia el federalismo. Un movimiento a la vez clamoroso y subrepticio, que se ve y no se ve, y que no deja de avanzar impulsado por la Constitución. Todos (salvo Vox) llevan el pin 2030, pero esta otra agenda nuestra, española, más modesta, no la olvidan y se va implantando a oscuras.
Torrox ha hecho algo heroico. A costa de su salud, se ha zambullido en décadas de documentación programática del PSOE para descubrir que «lo que recibe la denominación informal del Estado de las Autonomías» es la realización de facto del programa federal del PSOE de 1976: «El PSOE propugna la instauración de una República Federal de trabajadores integrada por todos los pueblos del Estado español». Tres años después, el partido se ratificaba en un Congreso extraordinario; en 1982, consideraba el autonomismo como una fase previa «en un proceso histórico cuyo desenlace lógico y político puede y debe ser el Estado Federal».
Federalismo viene de foedus, pacto, y sirve para unir lo desunido, como las colonias norteamericanas libres de la corona inglesa. ¿Para qué sirve un foedus en lo que ya está unido? Para un nuevo pacto sobre el ya gastado del consenso. ¡Torrox tiene la etimología de cara!
En los 80, el PSOE toma el poder y de las Autonomías ya habla de otra forma: son un nuevo orden administrativo y financiero (un momio) que hay que «construir». Durante tres décadas, el PSOE solo hará alusiones veladas al federalismo hasta que pierde las elecciones en 2011. Tras unos meses en que acusa el golpe, aparece la Declaración de Granada (2013), hacia una estructura federal del Estado, y después, con el PSC, la Declaración de Barcelona (2017), «por el catalanismo y la España federal».
Un poco antes de esas dos declaraciones, y se suele olvidar, el silencio ‘federal’ de 30 años del PSOE se había roto con un primer informe «Por una reforma federal del Estado autonómico» (2011). El trabajo se realizó por impulso e iniciativa de José Antonio Griñán, presidente de la Junta de Andalucía, y una de las autoras era María Luisa Balaguer, ahora magistrada del Tribunal Constitucional.
Torrox recela de tanta coincidencia. El PSOE es vanguardia federalista y el modo de reforma no será el proceso constituyente, sino la mutación constitucional, mediante la sumisión del Tribunal Constitucional y del legislativo al poder ejecutivo.
La España del 78 es un «ciclo cacique» en tres fases: autonomista, nacionalista y separatista. La federalización será la destrucción de la nación política y la definitiva sumisión española al Estado, al servicio de los caciques regionales dentro, de las potencias extranjeras fuera. Torrox, gran español y voz en el desierto, nos avisa. Ojalá honores y premios para él.