Los incontables turiferarios del centro derecha, o pepé de toda la santa vida, prorrumpieron en jubilosas exaltaciones estas últimas horas: ¡Feijoo consolida su liderazgo! ¡El Verbo se encarna de noche otra vez! ¡A Feijoo el Estao le sale de la curcusilla!
En cierto modo, el peperismo, mal del que nos hemos de morir, cerró su círculo: llevar el antisanchismo a su paroxismo (con Sánchez, que juega con ellos, sin aparecer) y correrse a la derecha para dibujarse como alternativa y cerrar el paso a Vox.
La no victoria de Sánchez ha propiciado ya tres movimientos revolucionarios: que el PP se reafirme oposición, que el PSOE bueno hable por boca de bumerazo y que aparezca otra vez la dichosa Tercera España.
El PP hizo un paripé, una moción de censura en tres actos: concentración de pulseritas el domingo, sesión de no investidura y movilización de pensadores con reedición de los grandes hits: «Somos libres», «somos iguales», y «somos incluso nación». Todos abriéndose el chaleco para darse golpes de pecho.
El parlamento es un teatro y lo de Feijoo fue teatro dentro del teatro, y sobre el metateatro, el teatrillo final de los aplausos al líder. Una representación que hasta en Corea del Norte movería a sonrojo. Colectivo batir palmípedo y, dos pasos a un lado, la mirada penetrante y orgullosa de Elías Bendodo, que observaba a Feijoo como si no pudiera concebir tanta grandeza. En la misma escena, González Pons aplaudía inclinado 60 grados hacia delante, dando palmas con cadencia de gato chino. La satisfacción del PP no podía medirse, se hacía infinita en el rostro de Inteligencia Artificial de Cuca Gamarra.
El PP lo vuelve a hacer. Tras fracasar, se erige en alternativa. Celebra sus derrotas y, lo peor, nos las impone a los demás. Tras cargarse la posibilidad de una mayoría, celebran su oposición porque es su momio. Feijoo se consolida así como alternativa, es decir, ilusión de alternativa. Porque el subsistema pepero es tan aberrante, tan desesperante, tan destinado a enloquecernos que se abuchea a sí mismo. La señora terrible de Bildu lo dijo clarito: «Todo lo que no es la derecha y la ultraderecha que usted representa está en contra, porque preferimos estar en el lado correcto, en el lado de los derechos humanos, en el lado de las libertades». Y ellos protestaban, pero es exactamente lo que se ha repetido, aplicado a Vox, durante las elecciones. Ha sido ese el discurso que el PP abonó en la campaña electoral, con su caterva de portadores de copa de balón llenando el espectro.
Estuvieron dando la razón al PSOE, y a la mismísimo Bildu, tras «naturalizarla». También han comprado íntegra la locura autonomista de la que ellos creen salvarnos añadiendo luego lo de «libres e iguales», constitucionalismo pijo para superar mágicamente las incongruencias del sistema. Igual que creen que añadiendo al 78 el concepto de «lealtad institucional» arreglarán algo. Esto sería como exigir «lealtad genital» en una orgía. Pero es que para eso está el PP, para hacer de estrecha/o en la bacanal. Este partido y su escalofriante nómina de tocapalmas, los tíos y tías más tontos de Europa, han preferido garantizarse su papel de cornudo en la obrita que arriesgarse a perderlo colaborando a otra cosa. Normal que ahora lo estén celebrando.