El nuevo liderazgo en el PP presenta perspectivas muy interesantes que se están analizando poco. La crisis dentro del partido ha sido tan espectacular que casi todas las lecturas se están haciendo en una clave interna. El sentimiento generalizado, desde ahí, es el de alivio. Feijóo implicaría un gran consenso dentro de la organización y una estabilidad madura que le serviría para restañar heridas.
No se analiza, en cambio, lo que Alberto Núñez Feijóo implica de cambio absoluto en las relaciones del PP con el resto de los partidos. Con respecto al PSOE habrá un acercamiento. Con el PNV, que ha celebrado el más que probable desembarco del gallego, habrá consonancia o concordancia, como poco, comprensión en las tesis nacionalistas. ¿Y con Vox?
Con Vox, de Feijóo se puede decir lo que cuenta de la Guerra Civil el gran García Serrano en su indispensable Diccionario para un macuto. El escritor navarro se dio cuenta enseguida de que el bando nacional iba a ganar la guerra porque los republicanos tenían una obsesión compulsiva por cavar trincheras, mientras que el bando franquista no quería más que avanzar, sin preocuparse de defenderse. Feijóo es la trinchera que cava el PP frente a Vox. Fíjense que de él se vende, principalmente, que, en Galicia, Vox no ha avanzado nada.
Pero en todos los campos en los que Vox avanza sin cavar trincheras, Feijóo no tiene mucho que ofrecer. Veámoslos uno a uno, rápidamente.
1) ¿Será capaz Feijóo de recuperar el voto joven que se va masivamente con Vox? Cuesta trabajo imaginarlo, porque su perfil es la de un señor maduro que ejerce de tal. No son sólo sus 60 respetables tacos, sino la imagen. De hecho, entre los votantes del PP —he ahí la trinchera— se valora con fervor que, al fin, haya un señor al mando y no un jovenzuelo. Los nombres que suenan para el equipo de Feijóo inciden en la imagen de seriedad canosa. Véase a González Pons, posible número dos.
2) Otro punto fuerte de Vox es el discurso anti-nacionalista y su defensa de la unidad de España. Feijóo viene de practicar con ahínco, en Galicia, un nacionalismo mimético del catalán y del vasco. Tendría que retorcer demasiado su visión para competir con Vox en patriotismo. Lo lógico es que profundice —la trinchera— el autonomismo acérrimo de los barones del PP. Juanma Moreno se apuntará encantado a esa tesis desde su andalucismo de acento impostado.
3) El partido de Abascal tiene un enorme interés (y éxito) en romper la dinámica de los bloques gracias al voto de los trabajadores y de las clases medias más maltratadas por las recientes crisis encadenadas. La capacidad de penetración que tenga Feijóo será limitada. El perfil tecnocrático y fervientemente europeísta —tan admirado entre los suyos: he ahí la trinchera, de nuevo— no le ayudará a infiltrarse en otros campos.
4) Otro gran frente de batalla dentro de la derecha se encuentra en la resistencia al discurso de lo políticamente correcto. Ahí Feijóo, como si llevase fijador, no va a mover un pelo para salirse del consenso progre. Por supuesto, eso recibirá la aprobación —la trinchera— de quienes creen, por convencimiento o por pereza o por desesperanza, que no merece la pena dar la batalla cultural.
En conclusión, el movimiento del PP de recurrir a Feijóo es —consciente o inconscientemente— defensivo. Pablo Casado ganó las primarias con la promesa prioritaria de plantar batalla a Vox. Y ha sido un fracaso. De hecho, en los tiempos de esta crisis del PP no me extrañaría que subterráneamente haya resultado un detonante tácito el papel que las urnas castellano y leonesas han dado a Vox frente al PP de Mañueco, vencedor atado de pies y manos.
Feijóo ya no viene a confrontar con Abascal, sino a pacificar el partido, a fortalecer la intención de voto de los suyos y, si acaso, a conquistar, por el otro lado, el voto de centro-izquierda. Las dificultades que eso entraña habrá que analizarlas en otro artículo, porque son muchas y enmarañadas. Lo importante es subrayar que Alberto Núñez Feijóo no es un cambio de nombres ni la búsqueda de un cartel electoral con más tirón. Qué va. Estamos ante un giro de estrategia política de 180º y ante el reconocimiento de que el PP sufrirá mucho menos compitiendo con el PSOE que con Vox.