«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

¿Feliz año nuevo?

1 de enero de 2017

El término “liberal” se emplea en los EE UU como sinónimo de lo que en Europa llamamos “las izquierdas”. Sin embargo, es preciso señalar que el liberalismo político y cultural surge en Europa como una ideología subversiva, en contra de los fundamentos del orden tradicional. Que luego la capacidad subversiva del liberalismo decimonónica haya sido desplazada a posiciones “moderadas” por anarquistas, comunistas, muchos de ellos rayanos en la locura, no quita un ápice de verdad al hecho de que entre el liberalismo y otras ideologías subversivas del citado orden tradicional solo hay una diferencia de escala.

Sea como sea, el hecho es que van ganando la partida en todo el mundo. Esto puede comprobarse fácilmente en el balance de este año 2016 que termina, especialmente en nuestro país ¿La razón? Muy sencillo. Mientras que los “conservadores” creen ser muy sesudos y avanzados por enunciar el hecho constatable de que desde la cultura puede cambiarse la política, los “liberales” van un paso por delante y saben que desde la política puede cambiarse la cultura, a golpe de cheque y de decreto. Por ejemplo, cuando el Ayuntamiento de Madrid del «popular» Alberto Ruiz Gallardón decidió cambiar toda la decoración navideña de Madrid excluyendo la simbología religiosa, desplazándola a lugares poco visibles o simplemente atenuándola, no iba más que preparando el camino al delirio “podemita” de Manuela Carmena, en guerra abierta con la Navidad. Ahora otra “popular”, la limitada pero poderosa, Cristina Cifuentes, hace el trabajo sucio de la extrema izquierda imponiendo la enseñanaza de las chaladuras “progresistas” en los colegios, con su demencial ley “anti-discriminación”. Pero estos son solo algunos ejemplos más de lo que es ya una tendencia mundial (aunque podrían restregarselo en la nariz a la hipócrita Esperanza Aguirre y su reciente reivindicación navideña, meramente electoral).

El caso es que el signo de los tiempos es el de una época manifiestamente anti-cristiana en todo el mundo. A finales de 2016, el cristianismo está a punto de ser reducido a lo marginal en todos los lugares geográficos donde nació o donde mantiene antiguos cultos: Siria, Iraq, Egipto, Etiopía. En multitud de países la conversión al cristianismo es una afrenta que exige responsabilidades penales de cárcel o que incluso están castigadas con la pena capital. En China, la patria de 1200 millones de personas, el cristianismo está castigada por ser considerada un culto extranjero.

Pero lo peor es que en la patria del cristianismo, en todo el occidente, parece existir una carrera en lo político, pero también y sobre todo en lo educativo, por excluir a los cristianos de la vida pública, a menudo por culpa de gobiernos que reivindican para sí el voto cristiano. El resultado de esto es diverso: primero, el embrutecimiento de las nuevas generaciones -pendientes del último “ídolo” fabricado por la industria del espectáculo o de la última serie de moda, mientras viven el más atroz vacío existencial-, luego, el envejecimiento de una población que detesta tener hijos y también patologías como la extensión del relativismo, con la destrucción incluso del orden moral más primario; el desprecio absoluto por la verdad y, finalmente, a medio plazo la irrelevancia política de las sociedades que siguen por esta senda.

Ahora este caos ha sido elevado a categoría intelectual. Parece que el ateísmo de nuevo cuño, en nada diferente a formulaciones multiseculares de la misma filosofía, reviste un prestigio y un reconocimiento social que no merece. Hace ya algunos años (Junio-Julio 2012), Andrew M. Seddon publicó un interesante artículo en “The New Oxford Review” titulado “The New Atheism: All the Rage”. Seddon se hacía eco de las propuestas de ateos beligerantes y públicos -aunque de muy poco nivel intelectual en realidad-, como Christopher Hitchens, Sam Harris o Richard Dawkins. En el curso de una “manifestación por la razón” (Reason Rally), celebrada en Washington D. C., Dawkins había pedido la burla y el escarnio para con la gente religiosa, ya que ellos estaban “infectados por un virus”. Seddon señalaba también una cuestión importante: los “nuevos ateos” siempre habían sido incapaces de ver -quizás cegados por su propia arrogancia- que problemas como el origen dela vida, del universo, de la conciencia o de la inteligencia pueden ser afrontados con hipótesis más o menos verosímiles pero no están ni mucho menos probados de manera apodíctica y en toda su extensión. De hecho sus propuestas de un mundo salido de la nada o de un orden vivo aparecido por azar necesitaban también de ciertas dosis de fe, aunque no sabemos aún en qué. Su necesidad de autoconvencimiento les conducía a una agresividad en absoluto justificada.

La consecuencia de todo esto es el hecho constatable de que a medida que el mundo es menos cristiano es también más inhóspito y oscuro. Buena parte de esto es responsabilidad del cristianismo institucional, que jugó la carta de la modernidad y el “aggiornamiento” cuando precisamente esa misma modernidad había entrado en crisis y nos había introducido a todos en este camino sombrío. Pero esto, como diría Kipling, es otra historia. De momento no tenemos nada que celebrar con este año que llega. Solo prepararnos. Esperemos que con inteligencia.

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